Un chico de Alloza

Cuatro años más joven que yo, Joaquín Carbonell era el hijo mayor de una familia de agricultores de Alloza (donde yo veraneaba en casa de mis abuelos), aunque también su padre ejercería mucho después de maestro, reconocido al fin su aprobado del «cursillo del 36»; su abuelo, el tio Curro, era entonces un personaje terrible, muy gordo y muy baturro, de quien mi padre me contó anécdotas tremendas.

Joaquín, que tenía un aire a medias triste a medias pillo, solía recorrer el pueblo a la hora de la siesta, que él no hacía, con un recacholino o aro de metal, regido por su guía, echando a veces chispas al rozar los duros cantos de las pocas aceras, creando horrísonos ruidos que reventaban todas las calmas. Se oía algún insulto o reproche, pero seguía impertérrito, callado, divertido. Algunas veces era castigado con un corte de pelo al cero, y venía junto a nosotros con gesto compungido, a ver si era admitido. Lo era, aunque más pequeño, porque éramos pocos, porque las familias eran amigas, y porque quizá se adivinaba ya en su somardez e ironía el gran tipo que iba a ser.

Casi todas las canciones que luego ha escrito y cantado hacen referencia a ese pueblo más que singular. Precisamente por ello, esas canciones cobran aire universal y describen cualquier pueblo interior de España, las alegrías, miserias, tristezas y grandeza de los labradores y pastores, esos increíbles robinsones que van quedando en tantos pueblos abandonados, agarrados a lo único que les queda: la tierra.

Sus personajes fueron reales, su maestro fue mi tío José Clemente, y conocíamos a esa Paca la del Cañizar, Pascual el Redondo, el sargento Comín, Manolico el Rincón, Colinche, el tío Sordo, su abuelo, las beatas que tanto fustigara a la vez que evocaba con cariño las sencillas devociones a San Roque y San Antón. Y de telón de fondo siempre el paisaje: los olivos y las viñas de Montalvo, los solanares y las masadas, esa tierra, «arcilla, sierra cortada y té por los collados… testamento de piedra y de ciprés… fríos eriales, eternos surcos de cartón… tambores, curtida piel a golpes». Y detrás, al fondo: las colectividades del 36, el frente de Teruel, los años duros de la postguerra.

El mítico Colegio San Pablo

Lo recordé en Teruel, cuando nos reencontramos en 1967, yo como profesor del Instituto, él como alumno de sexto de bachiller tras haber ya trabajado en varios oficios: nostálgico, mayorzote y embufandado, y uno de los principales agitadores culturales del bien mitificado Colegio menor San Pablo, donde colaborábamos una serie de profesores: Navarrete, Labordeta, Pepe Sanchis, Jesús Oliver, Agustín Sanmiguel y otros. Cuando alguna vez cogía Labordeta la guitarra y, en privado, le escuchábamos Las arcillas, o Los leñeros, se atisbaba ya, por debajo de su barba casi pelirroja y su boina grandota, que nacía un poeta cantante. Carbonell le miraba arrobado, calculando cuándo a él le sería posible hacer algo así. En el nº 4 de la revista del San Pablo Joaquín daba cuenta del Seminario de Música en el que se había escuchado a Brel, Brassens, Carl Orff, y anunciaba al «trovador moderno»: Labordeta. Y recordaba: «En cuanto tuve noticia de las canciones de Brassens, traídas por Sanchis, compuse mi canción de La beata». Poco después, en Radio Teruel dirigía el programa musical Discomodelismo 69.

Era ya novio de Pilar Navarrete, una chica menuda y tímida de enormes ojos, de una recia familia turolense (tío jesuita que llegaría a cardenal), y sus hermanos Teresa, la mujer de Jesús Oliver, y Javier, futuro célebre compositor. Cobijados ambos por una larguísima bufanda azul y grana, Maripi Navarrete, luego, además de ser su mujer, le escribió algunas letras de gran sensibilidad: Pedagogía popular, o Canción para un invierno.

Un “todoterreno” generoso

Pronto sería, junto con Labordeta y La Bullonera, integrante del cartel principal de nuestros cantautores, recorrió España, parte de Europa, parte de América, habló en la radio, escribiría libros de humor corrosivo aragonés junto con Roberto Miranda, y llevaría dos secciones prestigiosas en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, la de entrevistas ágiles y directas Palabra de honor, y la columna sobre el mundo a través del televisor, cáustica, genial. Pronto unió a su condición de poeta en muchas de las letras y de cantautor, la de periodista, con excelente pluma, con vibrantes artículos y entrevistas y junto a Roberto Miranda, fueron autores de varios raros y divertidos libros de humor cítrico, fustigadores de tantos males aragoneses (Proyecto de Estatuto de Aragón plan B; Gran Encicopledia de Aragón Preta y Aragón a la brasa), y en solitario, una variada serie de reportajes, novelas, poemas y libros y la biografía de Joaquín Sabina). Tras una docena de libros, aún se animó a escribir literatura pura, dos novelas históricas llenas de imaginación: Un tango para Federico (2016), El Artista (2014).

Cuando, en 1973 se celebró en el Teatro Principal el I Encuentro de Canción Aragonesa, con la participación de Labordeta, Carbonell, Tomás Bosque, Ana Martín y otros, ya estábamos trabajando en Zaragoza y acudí lleno de emociones. Desde entonces hemos coincidido en muchas ocasiones. Un lejano 28 de abril de 1975 abrí con una conferencia la II Semana Cultural Aragonesa en Alcañiz, seguida de un recital de Joaquín. Escribió en Andalán media docenas de estupendos artículos en la primera época, años 1974-76. El último en el nº 200. Y hablamos muchas veces de su trayectoria. La Asociación Aragonesa «El Cachirulo» organizó en su sede de la plaza de Santa Cruz una Semana de actividades culturales, la última semana de abril de 1976, en la que participé sobre la busca de un Estatuto y Labordeta y Carbonell sobre la nueva canción aragonesa.

Los discos

Aunque grabó con éxito Con la ayuda de todos (primer LP en RCA, 1976), le censuraron en 1977 la mitad de las diez canciones que iba a grabar. Ya tenía once censuradas, lo que no ocurría en el franquismo, que había autorizado cuatro de estas. Sorpresas de la transición… Nos acompañó en aquellos surrealistas mítines del PSA. Por ejemplo, en la plaza de toros de Andorra, donde cantaron él y el Pastor con sus jotas, bajo un viento fuerte y fresco y con apenas un tercio de entrada, y hubo anécdotas memorables.

Presenté su primer disco, y me volvió a pedir que le escribiera un texto en los cartones centrales del nuevo, Semillas (1978). Sin dudarlo, lo escribí diciendo que en esas bellísimas canciones, de las que prefería «A veces llueve / para Juana obrera», hay mucho Miguel Hernández a lo lejos, un aire de protesta y orgullo campesino, una juglar sorna, una esperanza difícil pero nunca rota. Joaquín lo agradeció mucho en la dedicatoria a los dos y me pidió alguna letra para una canción. Tardé, no me salía, le entregué una también allocina: A rezar a San Roque; pero, con diplomacia, me dijo que le resultaba muy difícil de musicar. Y ahí quedó todo…

Ese mismo año, cuando se produjo la causa emprendida por el director general de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja contra el director (a la sazón me había sucedido Pablo Larrañeta) y un redactor de Andalán, para los que podía recaer la pena de tres años de destierro, el colectivo de canción aragonesa compuesto por Labordeta, La Bullonera, Joaquín Carbonell, Boira, Chicotén y Tomás Bosque se presentó ante diez mil personas en el Palau de los Deportes de Barcelona, uno de los momentos más emocionantes de unas vidas no escasas en ellos.

En 1980 le escribí una carta abierta en Lucha, tras escuchar despacio, tomando buena cuenta de todos los matices, sus cuatro discos. «Desde el principio, -le decía- iban a coexistir en ti tres estilos y tres temas bien claros: lo popular, lo social y la ternura que va más allá del amor y lo trasciende, a cosas y seres de todo tipo. Esa veta popular que basas en el sarcasmo y la ironía tantas veces por nuestra impotencia contra el tópico, que tan bien atacas.... Ciertamente predomina lo popular en tu primera colección de canciones. En cambio, en la segunda, Dejen pasar (eran años duros, de esfuerzo, en que había que abrirse paso así), domina lo social: Cuando vayas a Huesca, Con razón o sin razón, o esa maravilla del A veces llueve… En tu tercer disco derivas hacia la ternura: son Semillas sembradas hace tiempo, que cuajan en expresiones tan hermosas como las de Me gustaría darte el mar y todas las nanas y canciones de cuna. Y volverás a la picaresca, tu tecla más diáfana y tu tendencia más fuerte, en este cuarto disco, tan personal, casi tan desmedido Sin ir más lejos… Repetiremos contigo miles de veces, hasta creerlo todos, esa hermosísima estrofa: «Levántate Aragón/ por la mañana/ hacia la libertad/ que ya se asoma./ Levántate y camina, tierra mía2.

Intelectual comprometido

Seguimos coincidiendo. En 1984 el Colegio Mayor Cerbuna organizó una Semana Cultural de Teruel, con charlas de Alfonso Zapater, Ángel Novella, Tomás Puértolas y yo, y recitales de Labordeta, Carbonell y otros. Coincidimos hasta en una película: ¡Aben Galí, sobre la expulsión de los moriscos en la zona del Somontano del Moncayo, hacia 1990 y de tono claramente coral, con las apariciones de Labordeta, Enrique y Emilio Gastón, Ángel Guinda, Juancho Graell, Antonio Borderías, Pepe Falcón, Rubio el psiquiatra, Benito Santamaría, Joaquín Carbonell, etc. Anduvo por la facultad cuando fui decano: En 1998 organizó allí Coagret un acto/fiesta contra un posible pantano en Jánovas que resultó multitudinario, con canciones de Ixo Rai!, La Orquestina de Fabirol, Carbonell, Petisme, Fermín Valencia, la Ronda de Boltaña y Biella Nuei. Y allí se presentó la revista Imagina, con conferencias sobre periodismo de Joaquín Carbonell y Carmen Gállego. También acudió, poco, de tarde en tarde, a las evocadoras tertulias de los antiguos de Andalán en Casa Emilio. Y cuando con Matías Uribe logramos una presentación de su libro en la Biblioteca Aragonesa de Cultura, multitudinaria, increíble, en 2003, en el Centro Cívico Delicias, asistió, como muchos miembros de los conjuntos citados, cantautores, actores y actrices, periodistas.

Pero a mediados de los 80 había abandonado la canción profesional, cansado y desanimado, pensando que había pasado su tiempo. Se dedicó a escribir, lo que hacía muy bien, en prensa y libros. Su regreso fue calmo y calculado, con discos excelentes, Labordeta se entusiasmó con el último suyo que conoció.

Evocaciones y nostalgias

Fue uno de los principales organizadores de las nostalgias turolenses, que supusieron dos encuentros de «paulinos» con algunos de los compañeros (Pedro Luengo, Carmen Magallón, Carmen Tirado. Luego, hace un par de años, nos reunió en el Levante a los citados y Juana De Grandes y Marisa… y preparábamos otro encuentro, cuando nos interrumpió la pandemia.

Escribí algo para un libro suyo sobre el gran jotero José Iranzo. Y cuando hacia 2007 el recién fallecido José Miguel Iranzo realizó una película sobre El pastor de Andorra, con guión también de Carbonell, dije a sugerencia de éste varias palabras. En 2010 me hizo en este periódico una entrevista memorable, de las mejores, cuando me hicieron hijo predilecto de Andorra, y escribió sumándose a los actos, porque no podía acudir. Por cierto que por entonces tuvo él uno de los homenajes más emotivos: su Alloza natal le dedicó una plaza, la más grande e importante del pueblo.

En 2012, segundo aniversario de la muerte de José Antonio, su gran maestro en Teruel y en la canción, presentó en la Aljafería una biografía urgente, Querido Labordeta, que me pidió le supervisara y epilogara. Cómo no. Intervino, luego, en la presentación de la Fundación José Antonio Labordeta en 2014 participando en un concierto-homenaje.

Seguimos viéndonos, cruzando correos («Querido Curro», le llamaba yo, con el mote de su familia paterna; «Andorrino», me decía él, riéndose de las rivalidades entre pueblos vecinos). Sentía que se iba el tiempo y no había tenido todo el respeto y cariño que merecía. Le llegó hace un año, con la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno de Aragón. Y organizó con mimo la celebración de sus 50 años con la música, con un libro con dos CD’s que contienen el concierto grabado el 2 de diciembre de 2019 en el Teatro Principal de Zaragoza. 25 canciones que interpretó con una banda de lujo. Me insistió en que fuera, pero no estaban mis huesos para ello, así que me lo mandó a toda prisa, con una dedicatoria muy cariñosa. Fue, hasta el mensaje que le mandé en sus primeros días de UCI, nuestro último contacto.