Estamos viviendo en un tiempo que refleja una distopía imaginada y, en cierto modo, prevista: el mundo afectado por una pandemia difícil de controlar. Es cierto que su letalidad es inferior a la que aprecia un buen guionista de Hollywood, pero seguramente por ello más real.

Es sencillo criticar las decisiones que se toman en un escenario tan cambiante que impide el acierto total. Desde mi punto de vista, lo único realmente criticable es la incapacidad de anteponer el bien común a los intereses personales o de partido, la incapacidad para alcanzar consensos. Sin embargo, los defectos que se observan vienen causados por la falta de previsión sobre algo de cuya llegada se tenía una certeza casi absoluta, aunque no se sabía cuándo. El cortoplacismo nos ha vuelto a jugar una mala pasada.

Otro de los futuros más imaginados por el cine y la literatura es el de las sociedades donde proliferan los humanos aumentados, donde las máquinas hacen muchos de los trabajos -no solo los pesados o repetitivos-, donde inteligencias artificiales, superiores a la humana, toman decisiones y donde nuestra privacidad escapa a nuestro control.

Una buena parte de estas situaciones están ya con nosotros y la sociedad perpleja trata de dar soluciones a través de conceptos que ya no sirven. Corporaciones con más poder y más riqueza que muchas naciones, que escapan con suma facilidad de las legislaciones locales y apuntan a la necesidad de reglas del juego globales. Curiosamente la pulsión es la contraria, resurgen los nacionalismos que, en buena medida, añoran ser un paraíso fiscal más para alegría de esas corporaciones.

Me resulta sorprendente que este juego sea apoyado por gente pretendidamente de izquierdas. Esto indica que la vieja partida de izquierda derecha ya no es relevante, cuando el periodo de vida activa se incrementa aparece una nueva lucha de clases, jóvenes y «viejos» compitiendo por los cada vez más escasos puestos de trabajo, lucha que ganan los jóvenes a costa de peores sueldos y menos estabilidad.

Nuestro querido Estado del bienestar está en quiebra. Se basó en la clase media y en usar los impuestos, sobre todo los del trabajo, para mantenerlo. Pero tanto la clase media como buena parte del trabajo desaparecen. Aunque nos digan que los puestos de trabajo que ocupan las máquinas son sustituidos por otros, el balance global es negativo y lo será cada vez más. Según la OIT, tan solo la economía verde aparece como esperanza laboral de futuro.

En este contexto no solo se reducen los ingresos, sino que los estados han de apoyar a los que quedan fuera del mercado laboral, las deudas de los estados crecen de manera exponencial. ¿Es tiempo de dotar de personalidad fiscal a las maquinas que sustituyen el trabajo humano? No creo oportuno dar mi punto de vista al respecto, tan solo ponerlo encima de la mesa.

Cuando las máquinas autónomas decidan por ellas mismas necesitarán criterios éticos, las añoradas Filosofía y Humanidades aparecen de nuevo, y un mecanismo para dirimir y asumir responsabilidades, ¿la máquina, el dueño, el fabricante, la empresa responsable de los algoritmos? Las legislaciones actuales no pueden responder a esta pregunta.

No podemos frenar el desarrollo de los avances de la ciencia y la tecnología, luego está claro que es preciso repensar nuestra estructura social para adaptarnos a ellos, a la luz de criterios éticos que permitan que los avances redunden en la mejora de la sociedad en su conjunto. Análisis de este estilo no resisten el cortoplacismo y deben ser trasversales, la formación demasiado especializada hurta a la ciudadanía criterios necesarios, incorporando una gran variedad de puntos de vista, esta tarea es urgente y debe escapar a la pelea partidista.

Es esencial que los ciudadanos empecemos a reflexionar y a pedir trabajo a nuestros responsables, no podemos permitirnos no llegar a tiempo.

Si de verdad tienen interés en esta problemática les aconsejo leer el magnífico libro Ética para máquinas de José Ignacio Latorre, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Barcelona y, desde un punto de vista aragonés, director coordinador del Centro de Ciencias de Benasque Pedro Pascual.