He llegado a entender, pero jamás llegaré a compartir el deseo de deseo de independencia de muchos catalanes o vascos en un contexto democrático como el de la actual Unión Europea.

Y, sin embargo, los partidarios de la férrea unidad de España a toda costa y, todo hay que decirlo, también un politizado Tribunal Supremo, se lo están poniendo por desgracia cada vez más fácil a los independentistas de nuestra periferia.

Y confesaré una cosa, que seguramente muchos lectores no compartan y también lo entiendo: prefería una España amputada de alguno de esos territorios a la que, desde sus hogares o sus casinos, nos proponen esos militares jubilados.

Es decir, a una España amputada, como amenazan en su delirio golpista, de veintiséis millones de compatriotas que no comparten su ideario y a los que habría, según ellos, que liquidar.

Hablan continuamente esos, por fortuna, ex militares de un Gobierno comunista, separatista, filoterrorista y no sé cuantas cosas más, y parecen evocar la famosa frase del ultraderechista José Calvo Sotelo , quien dijo preferir una España «roja a una rota».

Hace unos años, el ex diputado del PP y hoy líder de Vox, Santiago Abascal, había aludido ya a ella, dándole un poco la vuelta, al expresar su preferencia por una España «con escoltas, pero unida» a una «libre pero rota».

Me permito disentir: prefiero mil veces una España rota, aunque con todas sus partes dentro de la Unión Europea, algo que, por otro lado, me cuesta mucho imaginar, a otra unida sólo por la fuerza de las armas y una ideología como la que defienden esos nostálgicos de un régimen liberticida como el que tanto parecen añorar.