Zaragoza de viento y desespero,

de rudo vendaval y de mordaza

¿dónde quedó tu malherido fuero?

¿qué sequedad tan sorda te amenaza?

( José Antonio Rey del Corral)

Hace unas semanas ha sobresaltado a los zaragozanos la noticia, no sé si deliberadamente filtrada o atrapada por los medios, de un proyecto de convertir la Lonja, principal recinto civil de la ciudad, en una especie de museo de y sobre Goya . Han coincidido la mayoría de los que opinaron en la escasa obra disponible; el mal momento para tanto presupuesto; los fracasos anteriores (el sueño de Gonzalo Borrás centrado en la vieja Escuela de Artes no tuvo apoyos suficientes, ni tampoco el museo de arte contemporáneo con fondos públicos). Y en que todos amamos ese edificio, sobrio por fuera, maravilloso por dentro, y querríamos preservarlo de súbitas ideicas. Grande su historia por tantas exposiciones excelentes y actos allí convocados provocó gran disgusto que se comenzase por el tejado, es decir sin mostrar estudios previos ni una consulta pública a instituciones, expertos, el gran público ciudadano a debate.

En tiempo de los Austrias hubo docenas de arbitristas, que escribían a los reyes ofreciendo sus ocurrencias, para salvar al país de sus crisis. Los reyes guardaban bajo llave esas propuestas, que iban de concentrar la economía en la ganadería lanar a expulsar tras moros y judíos a todos los gitanos. Contra esa costumbre ya Teresa de Ávila había recomendado sagazmente: «En tiempos de tribulación, no hacer mudanzas». La hay, mucha tribulación, con esta feroz pandemia que tarda en remitir. A la que, mucho me temo, se unirá en lo sentimental el posible hundimiento del Real Zaragoza, con lo que eso significaría. Y la brecha apenas entreabierta sobre nuestro frágil pasado con los nombres de las calles, puestos, quitados, con lamentables declaraciones que han acompañado esa absurda y penosa guerra.

La ciudad ha despertado siempre los amores de tantos poetas y novelistas, a los que cité para cerrar el tomo XIII de una interesante Historia de Zaragoza que editó el Ayuntamiento.

Es la que cantó José Antonio Labordeta en aquella agridulce canción (la amo, la odio, le tengo un cariño ancestral). Conseguida con lógica la capitalidad de Aragón, sede de su Gobierno, Cortes, Justicia, no siempre ejerce ese honorífico designio.

Sus gentes se expanden por todo el territorio, y ha recibido muchos miles de inmigrantes comunitarios; y parece que al fin hay un cierto entendimiento entre su alcalde y el presidente de la DGA, y casi paz en los revueltos sillones de sus ediles de uno u otro signo. Pero debería sentirse más aragonesa, política y culturalmente. Y demostrar que queremos ser símbolo de paz (una prestigiosa Fundación/Seminario lucha por ella de mil maneras), voz de sus habitantes, en trato cordial entre ellos y con los visitantes. Una ciudad amable, orgullosa de lo que fue y es, de lo que tiene y ofrece.

Nos sigue haciendo falta un gran museo de la ciudad, no solo de los Sitios (fue imposible resolver sobre la vieja casa de Palafox), que la muestre y la explique, recurriendo a cuadros, dibujos y fotografías para evocar tantos edificios magníficos derruidos por la piqueta especuladora criminal. Arte e Historia para recordar, en un gran acuerdo permanente, a tantos hijos ilustres, nacidos o llegados rompiendo fronteras.

Para mantener y sostener esa imagen, antes de ponerse a divagar es preciso atender prioritariamente lo que hay, mejorar sus bellos parques, tristes barrios, rotos pavimentos, abandonados solares y edificios de valor histórico y artístico, fomentar todas las formas de arte, apoyar la ciencia y la educación. Y, en esta nueva época de poderosas redes, además de una óptima atención administrativa, a nuestra seguridad y bienestar, convendría ofrecer una gran web de la ciudad, una panorámica ventana que guíe sobre su Historia, arte y ocio, vida. Que lleve su nombre y significado allende los mares, porque eso se vería en México, Argentina, Cuba (donde quedan cientos de miles de emigrantes y exiliados o sus descendientes) y, en definitiva, en el mundo entero.

Soy, desde 1997, hijo adoptivo de esta atormentada y bella urbe, con todo lo que eso conlleva. Y digo siempre, con el recordado Javier Delgado (soñador de una fabulosa Zaragoza Marina ), que «la ciudad de mi vida es Zaragoza», a la que me trajeron mis padres a los apenas tres años, hace setenta y cinco. Ello me daba, tal vez, alguna voz en este embrollo.