Los llamados 'mercados de futuros' son espacios de la bolsa que se crearon en su momento para que los grandes comercializadores, especialmente de materias primas, pudieran negociar con los productores, generalmente de envergadura empresarial mucho menor, compra-ventas por adelantado, jugando con precios a futuro, es decir, apostando por lo que pueda suceder en el futuro. Ciertamente jugar con las indeterminaciones de tal apuesta permitía a los grandes comercializadores, no sólo negociar precios convenientes, desde la ventaja que les daba su dimensión empresarial, sino sobre todo precios estables para ese futuro. Los productores por su parte, aunque tuvieran que ceder en el precio, se aseguraban la venta, eludiendo las incertidumbres del porvenir. En suma, podría concluirse que, aunque no se garantizara la equidad en esos acuerdos, había ventajas para unos y otros. Los problemas llegaron cuando se liberalizó la entrada a estos mercados de grandes corporaciones financieras. Los grandes bancos, que ni eran productores ni comercializadores, se abrieron así un espacio propicio para la especulación financiera a gran escala sobre productos básicos.

En el 2008, justo cuando había reventado la burbuja inmobiliaria y la banca obtenía ingentes inyecciones de dinero público para evitar quiebras que los gobiernos entendieron como inaceptables, esa misma banca identificó los mercados de futuros de alimentos como un espacio prioritario de inversión y negocio. En muy poco tiempo, los grandes bancos invirtieron la friolera de 320.000 millones de dólares, lo que les permitió comprar barato, promover una subida espectacular de precios en la bolsa y vender caro en pocos meses. El precio del trigo se multiplicó por cinco y, en apenas 3 años, la alimentación a nivel mundial se encareció un 80% en promedio, lo que llevó a unos 250 millones de personas a engrosar la legión del hambre en el mundo, según denunció el entonces Relator Especial de la ONU para el derecho humano a la alimentación. Me pregunto cómo, con estos datos en la mano, pueden justificarse tales operaciones como incentivadoras de la eficiencia del sector o de la accesibilidad de los alimentos para los más necesitados.

Pues bien, estos son los libres mercados de futuros en los que ha empezado a cotizar el agua en EEUU, como una simple mercancía, como el petróleo, al tiempo que se proclaman a los cuatro vientos las grandes ventajas que nos deparará gestionarla desde la lógica del mercado, y no como un bien común bajo la lógica de ese interés general del que se hablaba en el pasado...

Sobre la base de lo que vienen suponiendo estos mercados de futuros, verdaderos espacios privilegiados para realizar grandes operaciones especulativas, desde mi responsabilidad como Relator Especial de la ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento, me veo obligado a lanzar un llamamiento global de alerta. Tal y como he comprometido ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, mis primeros informes ante el plenario de dicho Consejo en Ginebra y ante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, se basarán en analizar esa triple crisis global en la que confluyen el cambio climático, la crisis de salud pública, por la pandemia en curso, y la crisis de gobernanza democrática global derivada de la 'financiarización' de la vida, de la que es un ejemplo el agua en los mercados de futuros.

El agua, alma azul de la vida y en particular de la vida humana, es mucho más que una mercancía. No puede equipararse el valor de ese mínimo vital que Naciones Unidas exige garantizar a todos y todas como un derecho humano, al valor del agua que se usa para llenar una piscina o regar un campo de golf. Es reciente y vigente el valor del agua para prevenir la infección del virus y disponemos de ella gracias a los servicios domiciliarios de agua y saneamiento. Somos igualmente conscientes del interés general que tiene el agua para economías vulnerables, como la de pequeños y medianos agricultores. Al igual que espero seamos conscientes de lo importante que es preservar la sostenibilidad de nuestros ríos, humedales y acuíferos para afrontar las sequías que el cambio climático nos depare. Pues bien, el mercado es incapaz de reconocer, y por tanto de gestionar adecuadamente, la complejidad de todos estos valores sociales, ambientales, culturales, territoriales e incluso éticos que están en juego y menos desde espacios presididos por descomunales intereses especulativos.

Desde ONU-Agua proponemos celebrar el próximo Día Mundial del Agua, el 22 de marzo, bajo el lema #WATER2ME (agua para mí), promoviendo la reflexión y el debate ciudadano sobre los valores que tiene el agua para nosotros en sus múltiples dimensiones: social, ambiental, cultural, territorial, económica y ética. Espero que la ciudadanía entienda la importancia de esta reflexión y seamos capaces de reaccionar