Vemos la luz al final del túnel, decían cuando terminaba el año con la llegada de las primeras vacunas. Pero no advertimos que el trayecto además de largo estaría al final taponado por un derrumbe de nieve convertido en hielo, del que tendríamos que salir a pico y pala.

Crece el número de contagios, con lo que todos contábamos, incluso las autoridades sanitarias por mucha indignación que volvamos a escuchar de nuevo. Nadie fue a ninguna cena familiar o a un encuentro con amigos amenazado a punta de pistola, más bien los que no fueron necesitaron un despliegue de argumentos y de persistencia en la negativa que enorgullecería a cualquier coach emocional de esos que pretenden arreglarte la vida con una frase motivadora. Los centros comerciales los llenamos nosotros, no los alienígenas con los que vamos haciendo chistes para sobrellevar el comienzo del año, y todo lo hicimos conscientemente porque es imposible vivir en este planeta ahora mismo y no conocer los riesgos de toda esta movilidad.

Hay una cierta disonancia entre lo que opinamos en las encuestas sobre la gestión del coronavirus, un 60% cree, según el CIS, que deberían haberse tomado medidas más estrictas, y nuestro verdadero comportamiento. Igual que lo hay en los sondeos de intención de voto en el que interfiere el efecto del llamado voto de la vergüenza que muchos no quieren declarar.

La coherencia entre la opinión y la actuación vive momentos difíciles, y él que esté exento de contradicciones merece nuestro reconocimiento, pero también de la generosidad en no entrar en una nueva tensión entre los que cumplieron y los que no, aunque la tentación es cada vez más grande. Romper la frágil solidaridad de acción en este momento de embudo con el control del contagio y la administración de la vacuna al mismo tiempo nos dejaría desasidos de uno de los motores de funcionamiento social.

Lo que tampoco esperábamos algunos es ver convertidos en epidemiólogos a presidentes de comunidad autónoma que muestran reticencias sobre la comprobación de la eficacia de las vacunas y respaldan en tal creencia el retraso en la vacunación. ¿Y si fuera al revés? ¿Y si los ciudadanos de manera cautelar no cumpliéramos la normativa de las administraciones a la espera de tener la seguridad de no contener contraindicaciones? Cuando todo se derrumba, o mantenemos la confianza en la ciencia, en las decisiones políticas y en el soporte colectivo, con todas las incertidumbres y carencias detectadas, o no hay dique que contenga el desmoronamiento.