Hoy en día las producciones audiovisuales nos bombardean sin descanso y es muy difícil no caer atrapado entre sus atrayentes argumentos. Soy tan simple de mente que me vería todas las series que me recomiendan, pero cada día me recomiendan una diferente, y así no hay manera de visionar ni la mitad ni aunque dispusiera del doble de tiempo.

Me encantan los capítulos finales de las ficciones televisivas donde se cierran las diversas tramas de la temporada en curso y todo encaja a la perfección gracias a la magia de los guionistas. El puzle se completa por fin ante nuestros ojos y el horizonte cobra sentido de forma natural. En algunos casos, incluso se abren nuevas e ingeniosas vías para una futura nueva temporada. Que luego, sin embargo, puede acontecer que esa soñada continuación no llegue nunca a materializarse; la audiencia manda, y el negocio es el negocio. Así es la vida en serie, algo sin duda muy serio, y tan incierto como los vaivenes de la vida misma.

Todo esto viene a cuento de que ahora siento que en el mundo real pero surrealista que vivimos estamos como en un final de temporada. No se me quita la idea de la cabeza. Pienso que por un lado se cierra una parte oscura y convulsa de la trama pandémica que arrastramos desde hace más de un año, pero al mismo tiempo ya se adivina en lontananza otro período incierto pero más luminoso y atractivo. Seamos optimistas, claro que sí. Tal vez sea que la luz primaveral me ciega, o las ganas de jarana, pero el caso es que el horizonte emergente pinta mucho mejor sin estado de alarma, aunque esto, paradójicamente, alarme.

Desde luego, la emoción no la vamos a perder, de ninguna manera. Tras una temporada salpicada de tomas falsas, hilarantes y ridículas, la siguiente apunta a ser más interesante y adictiva todavía. “Continuará”, se escucha. Fundido a negro.