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Los semiconductores y la soberanía industrial de la UE

Gobiernos y agentes sociales deben pensar que la reindustrialización europea no puede obviar más lo esencial

Volvió a ser el 1 de Mayo de antes de la pandemia con muchos asalariados en la calle en defensa de sus derechos y, sobre todo, reivindicando que no vuelvan a ser los trabajadores los paganos de este momento crítico en el que están envueltas las empresas, las economías de todo el planeta y el mundo en sí mismo. Su mejor aliado puntual ha sido el presidente de EEUU, Joe Biden, que puso en valor el papel de los sindicatos, que ha puesto en la palestra un nuevo contrato social al que hay que agarrarse porque la pandemia ha roto muchas economías, empresariales e individuales, pero también el diálogo social en España, aunque van de la mano otros problemas como las crisis anteriores de empleo que no llegaron a acabarse y los cambios digitales que están afectando a un nuevo orden mundial.

Es más que evidente que España tienen que arreglar muchas cuestiones. El modelo de erte que se ha implantado por el covid se quedará, pero el país sigue teniendo una elevadísima tasa de temporalidad y la subcontratación es otro grave problema. Pero la Unión Europea (UE) no es ajena y también debe abordar cuestiones importantes. La más inminente la vulnerabilidad en la que está la industria del viejo continente. Se está viendo en estos momentos con la crisis de los microchips o los semiconductores. Es una amenaza que está poniendo de rodillas a las mayores empresas del planeta, por lo que hacen falta planes europeos al respecto porque la soberanía industrial de la UE debe reforzarse. Ahora está en peligro.

Lo que le está pasando a Stellantis en Figueruelas, y por extensión se contagiarán --de seguir así-- todas las empresas auxiliares de la automoción en Aragón, que son muchas y con numerosos trabajadores, es una crisis sobrevenida pero que puede arrastrar a la paralización de uno de los sectores estratégicos de la comunidad. Todo está provocado por el cambio de pautas que hay en el mundo. La famosa globalización se hizo a espaldas de la sociedad, pensando sobre todo en los beneficios de los grandes financieros del mundo y es en estos momentos cuando todos, los paganos y los que lo planearon y lo hicieron, nos damos cuenta de que sale perjudicada toda la sociedad. Lo vimos ya al principio de la pandemia. Faltaban suministros esenciales, material sanitario básico, y no había ninguna empresa en Europa capaz de producir. Todo tenía que venir de Extremo Oriente que es donde se había acumulado el proceso industrial porque la mano de obra era (y sigue siendo) barata y además, se pensó en Occidente, son producciones banales.

No era así. Y en estos momentos lo vemos con el tema tecnológico. Uno de los cambios que ha provocado el coronavirus es un mayor uso de los aparatos digitales, lo que hace que la producción de esta alta tecnología no sea suficiente, no se dé abasto y por lo tanto las empresas de Oriente (esas en las que se ha centralizado la producción industrial de casi todo el mundo) han decidido priorizar las actividades que más les interesan económicamente, es decir, aquellas que les son más rentables. Los semiconductores para los vehículos son más complicados de fabricar y con ellos las empresas orientales obtienen menos beneficios que con pequeños microchips digitales para todo tipo de productos ligados o no a la informática. Ahí es donde empresas como Stellantis salen perjudicadas y, por extensión, puede ser letal para la comunidad aragonesa. Es por eso que esta debe ser una de las bases de la reflexión que tienen que hacer gobiernos y agentes sociales a la hora de plantear la reindustrialización de Europa. No se puede caer en el mismo error en una tercera ocasión porque se pagará muy caro.

Da la impresión, que a pesar de hablar de lo prioritario y del futuro se olvida de lo esencial. Tanto como se habla del coche eléctrico que está al caer, habría que pensar que el 40% de los elementos claves que configuran ese vehículo (por lo menos) tendrá que venir de Oriente. Y hay mucha competencia. No debe afrontarse como un tema menor y puntual que en la factoría automovilística de Figueruelas se lleven veinte jornadas de paro y estén sobre la mesa un erte para más de 4.000 trabajadores de toda la planta y otro para unos 600 de las oficinas. Y a esto habrá que añadir los de las empresas auxiliares que ya empiezan a caer.

La economía española, y la aragonesa también, por qué no, tienen que plantearse que hay que reforzar el mercado interior. Eso que se pensó hace unos años de que no hacía falta producir muchos materiales y determinados bienes de equipo cerca de aquí se está viendo que no es lo mejor. En la anterior crisis económica no se defendió lo esencial y ahora estamos viendo que tenemos un problema o más de uno. Tener industria siempre ha sido un valor económico y solo hay que mirar el peso de la Zaragoza industrial del siglo pasado. Los tiempos cambian, los sectores evolucionan y la comunidad se está diversificando bien, pero no hay que perder ninguna referencia ni mucho menos la globalización debe servir para bebernos el juicio. Cuanto menos se dependa de lo esencial lejos de nuestro territorio, mucho mejor será para todos.

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