Mi hija de 17 años, una estudiante excepcional, está en proceso de decidir que estudiará . Su tío –profesional de la educación– le dijo un día que un ejercicio interesante es preguntarte si quieres trabajar con cosas (ingenieros, arquitectos, informáticos, diseñadores) o con personas (profesores, trabajadores sociales, médicos…). Durante este último año hemos visto a profesionales de todo tipo dejándose la piel por nosotros. Algunos incluso pedacitos del alma, entre ellos los sanitarios, que son profesionales de los que trabajan con personas. La mayoría.

Mi compañera «S» vivió una experiencia desagradable durante una prueba neurológica en un hospital de Zaragoza. La sanitaria que le tocó olvidó en algún momento que cuidar tiene que ver con saber escuchar. Puso en duda su proceso, ante unas pruebas médicas que no muestran absolutamente ninguna alteración, no creyendo que no podía estirar por completo las piernas para la prueba, increpando y tratando como menor de edad a toda una señora abogada…

La historia de «S» la he oído ya muchas veces. «D» trabajadora del sector de la salud, cuenta su angustia cuando no pudo «inspirar» durante una espirometría, y las sanitarias, irritadas con ella, iban saliendo y entrando haciendo comentarios despectivos. Con esa espirometría calificada de no concluyente, el especialista no ha querido avanzar más pruebas hasta que, tras meses de espera, se la repitan. He escuchado a «D», una mujer fuerte y luchadora, llorar de impotencia al otro lado del teléfono. A otra paciente, enfermera, compañeros con los que lleva años trabajando la miran con suspicacia muy larga ya la baja, creen. La madre de «R», de 16 años, cuenta con espanto cómo la han derivado con acritud a psiquiatría sin ni siquiera valorar pruebas que pueden objetivar su Covid Persistente. Una joven brillante y feliz hasta que enfermó.

Cambian los protagonistas y cambian las ofensas, pero todos los que durante el último año hemos vivido un proceso de Covid Persistente , sabemos que hay médicos que trabajan con personas y muchos otros que se ciñen a los informes, los resultados, los marcadores y acaban insinuando cuando no determinando que lo que tienes es un proceso que se escapa de sus competencias, un proceso de ansiedad, una mala gestión psicológica de las situaciones vividas durante el último año. Y esto no va de eso. Esto va de personas que han sufrido de forma repentina un deterioro bestial de su salud. Va de una enfermedad nueva de la que aún no se sabe casi nada. Va en muchas ocasiones, gracias a Dios, de grandes profesionales que te dicen «aún no sabemos nada de esto», «paciencia porque antes o después se terminará desentrañando».

De lo que no debería de ir en ningún caso es de gente pidiendo ayuda y buscando respuestas y encontrando al otro lado a profesionales que han olvidado que no trabajan con cosas.

A los enfermos en Aragón nos queda esperar a que se difunda, como se ha hecho ya en Cataluña, la forma correcta de diagnosticar y codificar la enfermedad (reconocida por la OMS y por el Ministerio de Sanidad) de manera que su diagnóstico aparezca reflejado en la historia clínica. Un primer paso que, si no termina con la enfermedad, terminará seguro con el dolor añadido que supone sentirse cuestionado cada vez que vas al médico en busca de respuestas.

A aquellos sanitarios que trabajan con cosas, solo me queda recordarles aquello que un día juraron: «Hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones».