Un día a la semana, hace ahora unos seis o siete años, una larga fila se formaba en la calle Predicadores de Zaragoza llamando la atención de todos los viandantes y vecinos del barrio. No vendían nada. O sí. Pero el caso es que numerosas personas, una gran mayoría jóvenes de la capital, se acercaban para dialogar con Pablo Echenique en la sede de su nuevo partido, Podemos. El físico en silla de ruedas, argentino pero afincado en Zaragoza desde los 13 años, se había convertido en el cuarto candidato más votado en España para ir en la lista del partido de Pablo Iglesias a las elecciones europeas de 2014 y obtuvo su acta en Bruselas. Todo fue fruto de aquella revuelta en las plazas del año 2011 en que los jóvenes estaban indignados con los partidos políticos porque decían no sentirse representados ya que no hacían nada por ellos y sus expectativas en la sociedad eran nulas. Podemos fue uno de los partidos que recogió toda esa frustración y en Zaragoza creyeron en Echenique y sus compañeros de filas durante unos años y por eso iban a buscar soluciones y filosofía al eurodiputado. A lo largo de estos años ha habido muchos cambios, desde alcaldes alternativos como el de Zaragoza hasta movimientos vigorosos como los de antidesahucios, pasando por la proliferación de elecciones primarias en los partidos políticos o la formación del Gobierno más progresista de izquierdas que ha tenido España. Pero el problema es que, diez años después de aquel 15-M expectante, los jóvenes siguen frustrados, siguen pensando que los partidos que están en el poder no les representan, continúan con la misma precariedad juvenil amplificada por la crisis sanitaria del coronavirus y a Echenique ya no se le forma fila para atender a sus electores. Muy al contrario, incluso muchos de sus compañeros de partido en Aragón, que llegó a liderar, lo quieren ver bien lejos de aquí, aunque sea diputado por Zaragoza.

Quizás todo es normal y un movimiento como el que ahora celebramos el décimo aniversario es solo la expresión de un momento concreto y el paso de los años no solo no llega a arreglar algo sino que empeora parte de ese algo que ya existe. Dicen que las revoluciones se agotan por ley de vida, pero dejan un poso. Es evidente que el 15-M acabó con el bipartidismo, provocó la aparición de nuevos partidos, movió a mucha gente a participar y ha dado lugar a los parlamentos nacional y regionales más plurales y al gobierno más progresista de la democracia, la primera coalición izquierdista desde la República. Incluso, en medio de todo esto abdicó el Rey, tenga algo que ver o no. 

Pero todo lo que ha pasado en estos últimos diez años, en general, aún habiendo muchos aspectos positivos, no ha incrementado la calidad democrática de nuestro país y todo se limita a mejoras parciales. Es muy significativo el último Eurobarómetro. Señala que en nuestro país, el 75% de los españoles recela del Gobierno y del Congreso de los Diputados, mientras que el 90% desconfía de los partidos políticos. Solo un 7% les da un voto de confianza. Es decir, diez años después de esa petición de regeneración política, de la aparición de nuevos partidos que han conseguido apoyos de los españoles para entrar muchos de ellos por primera vez en las cámaras de representación política de todo el país, la inmensa mayoría de ciudadanos lanza una grave señal de que no se cree nada a sus políticos. Es evidente que el cambio que el 15-M propició ha fallado estrepitosamente. Se ve la debacle de partidos como Ciudadanos o el propio Podemos y sobre la amenaza de Vox, hemos visto en las últimas elecciones que la derecha madrileña, por lo menos, la tiene más o menos controlada, aunque sigue siendo un peligro. 

Hay quien puede ver en estos diez años el rearmamento del bipartidismo. El pasado viernes, sin ir más lejos, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, pedía un cambio de ciclo en su partido, el PP, y se ponía como ejemplo ya que en su comunidad ha sabido concentrar el voto de centroderecha y Vox no ha rascado ni un solo diputado en ninguna de las cuatro provincias. Pero es que son muchos los socialistas, y más tras la sonora derrota sufrida en la Comunidad de Madrid, los que quieren que el PSOE siga fiel al modelo europeo socialdemócrata y se aleje de esos populismos de izquierda porque si gustan, como ocurrió inmediatamente después del 15-M, los ciudadanos eligen los colores auténticos, no los maquillados.

En cualquier caso, es el momento de que todas las formaciones políticas revisen todo lo que ha ocurrido en estos últimos diez años y reconsideren aquello que es básico para que la mayoría de españoles, un 90% de los encuestados por la UE, no sigan desconfiando de los políticos. Hay que resolver desde la precariedad juvenil hasta la soledad de muchos de nuestros mayores y ya no es momento de paños calientes sino de enmiendas a la totalidad. La revuelta del 15-M, como cualquier revolución, no fue mala, dejó un importante poso que hay que tener en cuenta, pero hay que seguir mirando hacia adelante como muchos hicieron aquellos días del 2011 desde plazas como la del Pilar para seguir construyendo el futuro. Y hay mucho tajo.