Quizás como consecuencia del camino hacia las elecciones presidenciales de 2022, el Gobierno francés, a través de su ministro del Interior, de Educación o de Universidades, ha manifestado abiertamente la necesidad de vigilar ciertos ambientes universitarios vinculados a las Ciencias Sociales porque podrían estar contaminados por una ideología «islamo-izquierdista» contraria a los valores de la República. Parece tratarse de una forma de pensar un tanto escurridiza, pero implícitamente favorable al Islam radical como acompañante de determinados movimientos de emancipación o de protesta. El problema de esta teoría es que sus agentes no existen. Los Institutos de Estudios, las revistas científicas o las editoriales dedicadas a las Ciencias Sociales difunden trabajos académicos precedidos de investigaciones más o menos exhaustivas, pero no se dedican a deslizar de forma sibilina el pensamiento del Islam radical. Incluso, como dice Michel Houellebeq en Sumisión, otorgar tanta importancia al mundo académico resulta casi enternecedor.

En opinión del filósofo Jacques Rancière, estamos ante un episodio más del viejo combate reaccionario contra cualquier lucha progresista o revolucionaria, como ha sucedido ya con la Revolución Francesa, el movimiento obrero o los nuevos movimientos sociales. Ahora le toca el turno a las visiones críticas sobre la descolonización, calificadas por la extrema derecha como racismo anti-blancos, sobre el conflicto entre Israel y Palestina o sobre la situación de las banlieues francesas, por ejemplo. Quien defienda la dignidad de las luchas populares enmarcadas en estos problemas, los haga visibles o analice con visión crítica el papel de occidente, pasará inmediatamente a ser un «islamo-izquierdista». La lectura política de este supuesto debate académico parece muy clara: el centrista Macron quiere ganar las elecciones por la derecha y le interesa situar el Islam en el centro de la escena, por lo que la caricatura está servida: la izquierda ha permitido que una cierta simpatía por las ideas del Islam radical atraviese la sociedad francesa desde las clases populares hasta las elites intelectuales, de modo que es en parte responsable de las consecuencias de dicha radicalización.

En España podemos encontrar expresiones similares, aunque adaptadas a la cultura política de nuestro país, con menor porcentaje de población musulmana y con un pasado colonial diferente. Me refiero al concepto de «social-comunismo». Si se está identificando políticamente con la progresividad fiscal, los servicios públicos, la regulación de los alquileres o la protección de los trabajadores y ha perdido claramente unas elecciones, ¿por qué no extender también este concepto al campo de las Ciencias Sociales? Los trabajos históricos que muestran cómo la I República podría haber consolidado un régimen democrático cuando fue derribada por un golpe de estado militar, que la democracia llegó a España en 1931 y fue aniquilada en 1936 o la importancia de los movimientos sociales durante el franquismo ( obreros, estudiantiles, vecinales) y la transición ( feminismo, el ecologismo o pacifismo, entre otros), ¿no podrían ser catalogados como parte de la «ideología social-comunista» y arrojados inmediatamente al campo de la opinión en lugar de pertenecer al de la investigación científica?

Es posible establecer ya cuál es la lógica histórica de esta contrarrevolución de las ideas. El liberalismo del siglo XIX se salva gracias a la exaltación de la época de la Restauración que ha llevado a cabo la derecha española en los últimos años, como demuestra el trabajo de José Antonio Piqueras sobre la figura de Cánovas. Sobrevive como puede a los tiempos «social-comunistas» de la II República y resurge en pleno franquismo con los arquitectos del desarrollismo y de los planes de estabilización. La Transición lo consolida definitivamente y quienes proponen visiones críticas de este relato (oligarquía, corrupción y autoritarismo de la Restauración, elogio de la II República, represión franquista hasta el final de la dictadura, movimientos sociales o memoria histórica) son calificados de propagandistas del comunismo.

De momento están en universidades privadas con poca relevancia historiográfica o dando voces en algunos medios de comunicación pero, ¿qué pasaría si llegaran al Ministerio de Educación o al de Universidades?