La colección Envistas de la editorial Xordica está dedicada a la literatura europea contemporánea, y presta una atención particular al mundo que desapareció con la Segunda Guerra Mundial y a las grandes catástrofes europeas del siglo pasado. Han publicado a Egon Erwin Kisch (maestro de Billy Wilder), a Ivo Andric, a Esther Singer Kreitman. Han sacado libros sobre el holocausto: los cuentos de la gran escritora yiddish Java Rosenfarba (Supervivientes), el relato autobiográfico de Lore Segal (En casas ajenas). Entre el amor y el odio de Philomena Franz (Alemania, 1922), con traducción del alemán de Virginia Maza y edición y estudio de María Sierra, fueron las primeras memorias publicadas por una superviviente del genocidio romaní bajo el nazismo: medio millón de personas de etnia gitana fueron asesinadas. Franz cuenta cómo era la vida de su familia, el grupo teatral y musical de los Haag: los ritmos cotidianos, la relación con la naturaleza, con el resto de alemanes. En 1938 «nuestra bonita vida cambió de la noche a la mañana», cuenta. «La Policía criminal nos medía la nariz y las orejas, y anotaba el color de nuestro cabello y muchas cosas más. De mí dijeron que era india de pura raza. A otros los clasificaron de mestizos». El régimen nazi expulsó a los gitanos del sistema educativo; ella fue enviada a trabajar en una fábrica de municiones. Su hermano combate en la guerra en el ejército alemán, después lo envían a Mauthausen y Neugamme. Toda la familia fue deportada. Con un estilo fragmentario y sencillo, nada enfático, Franz cuenta su traslado de unos campos a otros --de Auschwitz a Ravensbrück, luego a Sachsenhausen–, sus intentos de fugas, maltratos constantes: desde palizas que sufre o que ve, a asesinatos, castigos y hambre o penas a terceros; cuando ella escapa de un campo, los nazis cuelgan a su hermana de la horca. Hay también momentos de solidaridad --un médico judío que la atiende, ella protege a una niña polaca a las puertas de la cámara de gas, la mujer de un alcalde le da de comer--; reencuentros y pérdidas. «No fui capaz de reconocer a mi madrina. No fui capaz de reconocer a mi propia hermana», cuenta. Una de las cosas que llaman la atención es la música. Al principio tiene que ver con una forma de vida y con una idea de la libertad; luego, cuando los nazis les obligan a cantar se convierte en una forma de sometimiento. Fue conducida a la cámara de gas; se salvó in extremis. Tardó mucho tiempo en saber que casi toda su familia había fallecido allí, explica Franz al final de su testimonio contenido y estremecedor.