Me voy a permitir recordar algo que se supone bien sabido por todos pero que, en los últimos tiempos, se olvida con demasiada frecuencia: que la política en democracia no es un asunto de buenos contra malos, de amigos contra enemigos, de los míos contra los otros. La confrontación política (insisto: la confrontación en democracia, las dictaduras son otra cosa) se basa, o se debe basar, en las ideas, y no todas las ideas son igualmente respetables pero sí las personas que las defienden. Y también me permito recordar, ya puestos, que las cesiones en una negociación no son traiciones a las ideas propias, sino compromisos para llegar a acuerdos deseables. Y que un debate parlamentario no es una pelea de gallos ni las bancadas son graderíos donde los hooligans vociferan su odio contra aquellos a los que ven como enemigos, no como rivales que mantienen puntos de vista diferentes.

Lo digo no porque la deriva de estos años (y no solo en España) merezca una profunda reflexión en ese sentido, que la merece, sino porque este recordatorio me da pie para hablar de un político que ha representado y representa esta concepción de la democracia. Reconozco, que nunca he votado al PP y, en consecuencia, tampoco he votado nunca a Luis María Beamonte aunque, si hubiese vivido en Tarazona cuando él se presentaba como candidato a la alcaldía, su magnífica gestión, me habría hecho reflexionar. Quiero decir con esto que mis convicciones políticas están en el polo opuesto de las suyas, a excepción de una: creo que los dos compartimos una misma idea de lo que es la vida democrática y del respeto con el que todos deberíamos abordar los planteamientos de nuestros contrincantes incluso si se trata de discutirlos, y hasta de hacerlo con tanta dureza como sea necesaria.

Es verdad que, por suerte, la política en Aragón no se parece mucho al reality show en el que se ha convertido buena parte de la política madrileña y que en esta tierra, tradicionalmente de pactos, pocas veces llegó la sangre al río. Pero también lo es que, para ello, ha sido fundamental la actitud de las personas que ocupaban los puestos clave de los partidos (la política, al fin y al cabo, la hacen hombres y mujeres, no llueve del cielo). La figura de Luis María Beamonte, desde que preside el PP en Aragón, es sin duda una de las que han contribuido a ese clima razonable de la política en nuestra comunidad, y lo ha hecho con discreción, sosiego y grandes dosis de sentido común.

Que te vaya bonito Antonio Postigo

Ahora, cuando Beamonte ha decidido no repetir en el cargo para continuar su actividad en la capital, creo que es el momento de subrayarlo. Y de manifestar, desde mi discrepancia con muchas de las posiciones de su partido, mi respeto y mi aprecio por él, como persona y como político.

Como persona, porque de hombres como él suele decirse que son «buena gente» y creo que esa definición le viene como un guante. Y como político, porque su desempeño en cada uno de los cargos que ha ocupado, públicos o de partido, ha sido intachable. Algo que, tal y como está el nivel general, no es poca cosa.

Nunca ha sido uno de esos políticos que se mueven en la bronca como peces en el agua y que abundan en este país como las setas en otoño (lo comprobamos cada semana en las sesiones de control parlamentario al gobierno de la nación). Tampoco de los que hacen declaraciones polémicas y reclaman los focos y la pasarela, para deleite de periodistas, tertulianos y humoristas. Las intervenciones públicas de Beamonte acostumbran a caracterizarse por su extremada corrección en las formas (un síntoma de buena educación) aunque el fondo sea una dura crítica, a veces durísima, como las que ha sufrido a menudo en las Cortes de Aragón el presidente Lambán durante lo que llevamos de legislatura. Sus puntos de vista podrán ser criticados o rebatidos, pero es de agradecer que él siempre haya intentado sustentarlos en argumentos y procurado evitar la descalificación sin matices.

Una vez convertida la política en espectáculo y sustituidas las razones por tuits y memes, esa característica suya no le ayuda precisamente a conquistar la fama mediática ni a aparecer constantemente en las redes sociales, pero quienes le hayan tratado coincidirán conmigo en que Luis María Beamonte es de esos tipos que, de cerca, ganan mucho.

Probablemente sea porque su carrera ha recorrido todos los peldaños de la política, desde el más próximo (el municipal, como alcalde de Tarazona) hasta la presidencia de su partido en la comunidad y su candidatura a presidir el gobierno autonómico en las últimas elecciones, pasando por el nivel provincial como presidente de la Diputación de Zaragoza. Así se curtió como político, en la cercanía a los problemas de la gente y en la gestión de sus soluciones... y eso se nota sobre todo en el trato personal.

En definitiva, deja la política regional una buena persona y un buen político. Quiero decirlo ahora y no cuando se suelen decir estas cosas (Beamonte goza de buena salud, que yo sepa, y no abandona la política, eso deseo, simplemente se traslada a Madrid). Y quiero decirlo desde posiciones contrarias a las suyas, en honor a esa vieja cortesía parlamentaria que a menudo echo de menos.

Te deseo suerte en esta nueva etapa y, como decía Chavela Vargas en una de sus canciones más conocidas, con afecto y respeto que te vaya bonito.