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Joaquín Santos

Solo un palmo de distancia

Hay que ser conscientes de que no estamos solos en el mundo

Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver, en una de esas plataformas a las que tan aficionados nos hemos vuelto, un interesante documental sobre el funcionamiento de las redes sociales y su influencia en la polarización social.

Solo un palmo de distancia

Un antiguo directivo de una de esas omnipresentes herramientas de comunicación reconocía haber participado en la puesta en marcha de los famosos me gusta. Explicaba que pronto se dio cuenta de que el algoritmo que habían creado para fidelizar a las personas que participaban en la red producía el efecto perverso de ofrecer a cada uno exclusivamente la información que coincidía con sus sesgos previos.

Sé que el mundo que nos rodea no es unicausal; al contrario, vivimos en un mundo cada vez más complejo, aunque cada vez nos parezca más simple. Así que esta no es ni de lejos la única causa de la creciente polarización en la que vivimos instalados.

Hace ya muchos años George Lakoff, publicó un interesantísimo libro titulado Metáforas de la vida cotidiana. Recuerdo que me llamó poderosamente la atención la idea de que pensamos y comunicamos con metáforas. Una herramienta de lenguaje que tiñe de emocionalidad nuestra manera de comunicarnos, que condiciona nuestro posicionamiento ante la realidad que nos circunda. Por ejemplo, recuerdo que me impresionó la idea de lo diferente que resultaría la convivencia social si en el lenguaje político usáramos metáforas relacionadas con el baile en vez de metáforas relacionadas con el conflicto.

Utilizar, por ejemplo: «Sánchez propuso a Casado bailar un chotis, pero este lo rechazó de plano porque prefería bailar un vals» en vez de «Casado lanzó su andanada contra la bancada socialista».

A lo largo de los últimos años los avances en neurociencia han venido a demostrar cómo nuestro razonamiento es profundamente emocional. Por ejemplo, Daniel Kahneman explica, en su influyente volumen Pensar rápido, pensar despacio, la forma en que tomamos nuestras decisiones. Las emociones son cada vez más utilizadas por todo tipo de vendedores para colocarnos todo tipo de producto.

Desgraciadamente los mensajes políticos se han venido convirtiendo cada vez más en productos que colocar más que en proyectos que proponer.

Tengo la sensación de que el mundo en el que vivimos se convierte en un espacio cada vez más inhóspito a cuenta de metáforas y algoritmos. Habitamos un presente perpetuo y experiencial ajeno a cualquier idea que nos recuerde la posible promesa de un futuro más digno.

Nos hemos olvidado de que construir la convivencia democrática consiste en auparse a los hombros de los gigantes que nos precedieron en todos los ámbitos del saber para intentar alcanzar a mirar un poco más allá nuestro próximo objetivo en la perfección de un sistema que nunca es perfecto. La democracia y la convivencia que conlleva es siempre una experiencia perfectible.

Los sistemas cerrados, que creen estar ya en el máximo de su ser, tienden a la entropía, al caos. Solo los sistemas abiertos pueden renovarse. Necesitamos renovar el compromiso con la perfección de una convivencia en la que quepamos todos, en la que predomine lo que nos une y no lo que nos separa. Para hacerlo, para construir un proyecto fraterno, resulta imprescindible, como señala el filósofo Josep María Esquirol, ser conscientes de que no estamos solos en el mundo, aceptar que nos rodean millones de otros, que solo un palmo nos separa de cada uno de ellos y que a nos toca recorrer únicamente nuestro medio palmo hasta mitad de camino esperando ser correspondidos.

Además, para acabar de avanzar por el camino, necesitamos elegir líderes que no se aúpen en la estrechez de miras del narcisismo que nos caracteriza cada vez más como sociedad. Necesitamos construir proyectos que nos unan y nos lancen al futuro, que trabajen con miras anchas en las que quepan también los que piensan y opinan distinto. Necesitamos elegir líderes democráticos, capaces de forjar alianzas, que nos ayuden a recorrer nuestro medio palmo de distancia hasta la fraternidad.

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