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Sala de máquinas

Juan Bolea

Aragón carga pilas

El nacionalismo fenicio de Artur Mas y el nacionalismo hortera de Rufián están confinando Cataluña como una segunda y tal vez más grave pandemia.

Nunca antes en la ciudad de Ada Colau (de hada madrina a Cruella de Vil) se habían visto índices de inseguridad, emigración ilegal, paro, prostitución, tráfico de drogas y parálisis empresarial como los que vienen degradando la ciudad condal (así llamada por su condado en la Corona de Aragón). Como una burbuja de acero, el tiempo encerrado entre las cuatro ideas del independentismo catalán ha cerrado el espacio al progreso. No solo en Barcelona. Las restantes provincias catalanas padecen igualmente los efectos del supremacismo. La Cataluña insolidaria, empobrecida, sectaria, es hoy mucho menos atractiva y boyante. Prueba de ello es que el dinero le ha cogido pánico. Entre las grandes firmas y mercados se detecta un creciente miedo a seguir allí (los que están), y el rechazo a instalarse (los que barajaban ir).

Cataluña, véase como ejemplo, acaba de caerse como opción para esa inminente factoría de baterías de coches eléctricos por la que suspira media España. Aragón, en cambio, sigue fuerte en el sector de la logística y mantiene serias opciones de albergar dicha fábrica. Nada tiene de extraño. Cualquier cuadro ejecutivo mínimamente sensato preferirá radicarse en los atractivos, pacíficos y bien estructurados y comunicados polígonos de la Comunidad de Aragón que en una geografía hostil, con lengua minoritaria y expuesta a una revolución política y social. Ciudades como Zaragoza o Valencia encarnan en bastantes sentidos y sectores mejores opciones que Barcelona y por eso son muchas las empresas que están apostando por sus términos municipales como cuartel general.

Si el franquismo, primero, y la democracia, después, hubieran invertido en Valencia o en Zaragoza lo que invirtieron en Barcelona o Bilbao, el perfil económico de nuestro país sería hoy muy distinto. Siendo falso de raíz que catalanes y vascos hayan sido más emprendedores, fueron las inversiones estatales las que privilegiaron o deprimieron regiones.

Las baterías de Cataluña dan síntomas de agotamiento. Aragón, en cambio, está cargando pilas.

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