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Alégrame el día

Roberto Malo

El verdugo

Era el verdugo más reclamado del reino. Nadie manejaba el hacha como él. Nadie había cortado tantas cabezas como él. Su abuelo había sido verdugo. Su padre había sido verdugo. Y ya se sabe, de tal palo, con hacha, tal astilla… con hachilla. Realizaba su trabajo con una precisión y frialdad extremas. Y por increíble que parezca, nunca se había puesto en el lugar del ajusticiado. Sin embargo, esto cambiaría un día… Por una falsa inculpación, dos maestros espirituales, uno anciano y otro joven, fueron condenados por un crimen que no habían cometido. Ellos insistieron en su completa inocencia, pero el rey se negó a creerles. La ejecución iba a llevarse a cabo en la plaza pública. Encadenado, el maestro joven se agachó y colocó la cabeza en la posición adecuada. Implacable y frío, como de costumbre, sin atisbo de piedad, el verdugo alzó el hacha. Pero en ese momento el maestro anciano invocó al poder cósmico, y consiguió que, por unos instantes, las mentes del verdugo y del maestro joven se intercambiaran. De súbito, el verdugo se encontró con la cabeza preparada para que el hacha la cortase. Aterrado, comenzó a suplicar, a gritar que era inocente, pero nadie le escuchaba. Por primera vez, en su dilatada vida, se daba cuenta de lo que sentía una persona a punto de ser ejecutada. Al mismo tiempo, el maestro joven se encontró con el hacha, con el verdugo a su merced. Sin embargo, sintió compasión y bajó el arma. Todo el mundo se quedó boquiabierto. El rey, muy sorprendido, decidió aplazar la ejecución un día. Por fortuna, en esas horas de demora se encontraron a los verdaderos asesinos, y los maestros espirituales fueron puestos en libertad. Sin embargo, el verdugo no volvió a ser el que era. Abandonó su reino, su profesión, y se convirtió… en cuentacuentos. Dicen que lo han visto en algunas plazas, en bibliotecas, en columnas, contando historias, historias como esta.

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