El Periódico de Aragón

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Joaquín Santos

Punto de vista

Joaquín Santos

Lo que nos separa de la barbarie

El respeto a las reglas de juego impide que se nos imponga un modo de vida

Creo que fue mi amigo Vicente Alquézar, un apasionado jugador de rugby, de los Servicios sociales y de la vida, el que me soltó por primera vez esa frase que compara el fútbol y el rugby. De acuerdo con ella el fútbol sería un juego de señores jugado por truhanes y el rugby un juego de truhanes jugado por caballeros. Siempre he visto esta frase como un ejemplo perfecto de cómo el modelo de convivencia suele representarse a través de metáforas, en este caso la que lo relaciona con los deportes de equipo.

Sea como sea le tengo que reconocer que para hablar de metáforas de la convivencia prefiero la metáfora musical. Hace unos días, en uno de los grandes conciertos del ciclo del Auditorio de Zaragoza, tuve la fortuna de contemplar un concierto sin director, a la antigua. La Philarmonia London Orquestra tuvo que interpretar así la primera parte del programa por indisposición del director. Pusieron sobre el escenario un concierto para violín de Beethoven y la representación mostró un precioso diálogo entre la orquesta y la solista. En ese momento recordé las palabras del maestro Muti que explica que no hay mejor metáfora de la convivencia perfecta que el engrasado mecanismo de una gran orquesta de clásica. Cada uno debe tocar escuchando a los otros, de acuerdo con un orden preestablecido, en el que nadie debe destacar; si no se hace así no se empasta, no suena bien. Solo en determinados momentos las individualidades tienen su minuto de gloria y resuenan tomando un protagonismo coyuntural, pero la clave es que incluso durante esos momentos cada uno, solista incluido, debe sonar para hacer que el conjunto relumbre. Lo fundamental es la búsqueda de la armonía del conjunto.

Las democracias duran lo que sus ciudadanos, por activa o por pasiva, deciden que duren

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Eso es lo que pasa también en los torneos de rugby en los que es ya mítica la idea del tercer tiempo. No es que el partido se divida en tres partes, se trata de la asentada costumbre de que, terminado el evento, todos los participantes vayan a tomar una ronda de pintas de cerveza al pub más cercano para relajar las disputas y celebrar que, en el fondo, lo importante es lo importante y los lances del juego anécdotas que deben quedar ahí. Nuevamente, lo fundamental es la armonía del conjunto.

Le podrá parecer que este artículo lleva un rumbo deslavazado. Lo hace. Así que voy a intentar ir uniendo los dispersos hilos de la argumentación. Si algo tiene en común un concierto de música clásica y un partido de rugby, aparte de que se celebran ante un público, es que tienen una normas y regulaciones establecidas que no se pueden saltar. El juego, el concierto, se realizan en el marco de un orden establecido, respetado. Esa es una de las claves de estos espectáculos, de las vidas de estos microcosmos que escenifican cada vez que se celebran diferentes formas de vida social. Si hay una característica esencial de la democracia liberal es que tiene una serie de instituciones, de protocolos y de normas escritas y no escritas que si no se respetan vulneran la posibilidad de ser, de ser democráticos y de ser libres.

Carácter social

La democracia, es mi punto de vista, solo puede ser liberal, entendido el concepto en su sentido más generoso y amplio, es decir, referido a que su principal valor es el de la libertad, un concepto que en este contexto tiene un inevitable carácter social. Desde esta perspectiva todo el sistema debe organizarse para garantizar que las personas sean, ante todo, libres y eso solo se garantiza respetando las libertades individuales. A lo que voy, lo que nos separa de la barbarie, de la posibilidad de que unos pocos o unos muchos nos impongan un modo de vida que no deseamos, es, en realidad, el respeto a las reglas del juego y las instituciones, especialmente las formales.

Es verdad que esas instituciones y procedimientos deben ser revisados y mejorados. La condición del sistema democrático es, precisamente, que nunca es perfecto porque es un reflejo de lo que somos: truhanes y señores, todo a la vez y si no nos regimos por normas, escritas y no escritas, corremos el riesgo de continuar la partida mediante la imposición y la violencia. Le reconozco que le cuento esto porque me preocupa mucho la deriva tanto de la geopolítica como de nuestra política nacional en la que empiezo a escuchar ya muchas voces que niegan esta necesidad y plantean la posibilidad de encontrar otros caminos que a poco que se analizan se perciben como caminos hacia la ilibertad, hacia nuevas formas de tiranía.

Intentando seguir la recomendación de Eloy Fernández Clemente en su discurso de recepción del premio Aragón, creo que necesitamos recuperar y extender el espíritu crítico, ese que empieza por nosotros, el que nos hace responsables de todo lo que nos rodea, el que nos recuerda que la libertad y la justicia solo se alcanzan garantizando los cauces democráticos adecuados para conformarla, que nunca debemos cansarnos de cantar las viejas canciones que hablan de un futuro posible solo si nos implicamos en ello. Las democracias duran lo que sus ciudadanos, por activa o por pasiva, deciden que duren, por eso creo que nos convendría que nos diéramos de vez en cuando un tercer tiempo para aprender a no dejarnos llevar por la lucha partidaria y dedicarnos a buscar la armonía crítica del conjunto.

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