El Periódico de Aragón

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Carolina González

Tarde y mal

Hay cosas que se intuyen. Se ven venir. Y retrasarlas es, simple y llanamente, un error. En el momento recurrimos a excusas absurdas que uno cree medianamente convincentes. Nos autoengañamos. Pensamos que esto o lo otro no se va a producir porque resulta injusto. Pero en el fondo tenemos la certeza de que ese desenlace llegará más pronto que tarde, aunque nos empeñemos en cerrar los ojos. La realidad sigue ahí fuera aunque desviemos la mirada.

Algo así es lo que le ha sucedido a Mónica Oltra. La vicepresidenta y portavoz de la Generalitat valenciana se había aferrado al cargo pese a ser imputada por el supuesto encubrimiento de un caso de abusos a una menor tutelada por el que fue condenado su exmarido. El hecho, que ya es lo suficientemente turbio en sí, merece una reflexión. La actitud de la líder de Compromís, también.

Oltra se ha presentado estos días como una víctima. De una cacería de la derecha, de aquellos que no quieren que se desarrollen políticas de izquierdas… Tenga o no razón, que ya se sabrá llegado el momento, la cuestión es actuar. Ante una imputación, dimisión. Era lo que ella exigía a sus adversarios políticos.

Sus palabras en las Corts valencianas en 2010 dirigidas al entonces presidente Francisco Camps resuenan estos días en casi todos los medios de comunicación. «El día que me viera como usted, imputado y vilipendiado, me iría a casa», le decía. Pues eso es lo que tenía que haber hecho en el mismo instante en que el Tribunal Superior de Justicia de Valencia la imputó formalmente. Por responsabilidad. Es lo que toca cuando una coge la bandera de la moralidad y la ejemplaridad.

Se podría haber ahorrado la fiesta en su honor organizada por su partido, la tensión con el presidente Ximo Puig, las presiones que dice haber recibido y la mala imagen que ha dado midiendo con doble rasero las responsabilidades políticas según el color de la «víctima».

Le honra renunciar a sus cargos institucionales y también a su escaño. De esa forma deja de ser aforada y será juzgada por la justicia ordinaria. Es la mejor manera de irse, como ella ha dicho, «con la cabeza alta» para demostrar su inocencia.

Una imputación no es una condena, desde luego. Habrá que esperar a lo que digan los tribunales, que son quienes condenan o absuelven. Si el veredicto fuera éste último, la ya exvicepresidenta estaría en todo su derecho de recuperar sus cargos y restituir su honor. Incluso de demandar a quien ella considerara. Pero hasta entonces, le toca tragar. Porque si lo pides al de enfrente te arriesgas a tener que responder de la misma forma cuando llegue tu turno. Por ética. Por estética. Es política.

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