El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Soñar Zaragoza

La capital aragonesa sólo tendrá porvenir si es capaz de diseñar un proyecto propio

En opinión de San Agustín, el tiempo era una noción básica, innata, un concepto que él podía entender con claridad; pero que, sin embargo, a la hora de explicarlo, no lograba expresarlo con la debida lucidez. Aquella dificultad del santo se exacerbaría en el caso de cualquiera de nosotros si la refiriésemos al tiempo que aún no ha sido; esto es, al futuro.

¿Qué nos deparará el porvenir? ¿Llegará (antes que nada) a suceder? Me lo pregunto cautelarmente porque la respuesta podría ser negativa si una catástrofe natural o nuclear lo impiden. Pero seamos optimistas… Con permiso de Putin y del cambio climático, de todas esas sombras que amenazan la tierra habrá un futuro para nosotros, para nuestras familias, para nuestras ciudades… ¿Habrá, por tanto, un futuro para Zaragoza que no sea postnuclear?

¿Zaragoza tiene futuro?

Pasado, desde luego. Poseedora de una antigua y rica historia que hunde sus raíces en las simientes mismas del árbol de las civilizaciones mediterráneas, de Creta a Iberia, de las tablas de la ley al bronce de Botorrita, de la épica de Homero a los epigramas de Marcial, Zaragoza puede otear el porvenir con cierta confianza.

La que le proporcionan, por un lado, sus ya cerca de 700.000 habitantes de nacimiento y adopción, de doce apellidos o permiso de residencia, sus cristianos viejos o jóvenes paganos, sus españoles y rumanos, sus aragoneses y ecuatorianos, sus zaragozanos y hondureños, cuantos comparten la cotidianeidad de unas calles, plazas, comercios, tranvías, noticias entramadas en un hogar o cuna común, mecida por parecidas esperanzas y tantos sueños como soñadores son los hijos del Ebro y del viento…

La confianza en su futuro la proporcionan a la capital de Aragón los parámetros de estabilidad y prosperidad confluyentes en su término municipal en mayor proporción que en otras capitales y territorios: grandes núcleos de comunicación (autovías, estaciones, aeropuerto…); grandes polígonos industriales; grandes reservas de terreno público para seguir expandiendo naves y fábricas, laboratorios y puestos de trabajo…. Esa Zaragoza industrial, fabril, con pilares firmemente asentados en sus plataformas logísticas, en hechos y números, en balances y estadísticas, en la logística y en el hidrógeno, en el sector agroalimentario, el puerto seco, las constructoras, su industria química, papelera, financiera, farmacéutica, no tiene los pies de barro, sino de brillante acero.

Pero si lanzamos el pensamiento hacia el futuro, hacia 2025, 2030, 40, 50… veríamos seguramente cómo esos mismos empresarios y trabajadores remitidos al reto de un futuro incierto clamarán por más servicios, conexiones, infraestructuras, nos alertarán acerca de serias y amenazadoras competencias, llamarán la atención de nuestros gobernantes sobre los riesgos de un mundo global diseñado por el precio del petróleo y la ruta de la seda. Y alguno dirá (o debería exclamar): «¡Zaragozanos, construyamos nuestro propio mundo!».

Esa voz, visionaria o real, será la que acierte a conjurar y a conjugar nuestro futuro. Zaragoza sólo tendrá porvenir si es capaz de diseñar un proyecto propio que la afirme en sus ya ensayadas características, en los rasgos productivos y culturales que la han venido distinguiendo, enriqueciendo, y que, a su vez, la diferencian de cualquier otra capital. Será ése, el de elaborar el proyecto de la ciudad futura, el principal cometido del Ayuntamiento zaragozano.

Sus regidores deberán proyectar, ¡pero ya!, las próximas décadas con la máxima ambición y consenso, sin miedos ni reparos, sin victimismos ni complejos. Tendrán que establecer en qué puede ser Zaragoza capital nacional, europea, universal (¿en el agua, en la movilidad, la logística, en el sector agroalimentario…?) para, una vez señalados los objetivos, diseñar su puesta en marcha y ejecución con las adecuadas herramientas financieras. El político municipal no puede perder el tiempo contemplando las obras como un jubilado. Su mirada y actividad deben estar puestas en nuestro futuro común.

Para ello, sueñen, imaginen, diseñen, programen Zaragoza.

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