El Periódico de Aragón

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Jorge Cajal

EL ARTÍCULO DEL DÍA

Jorge Cajal

Cuarenta años de socialismo

Parece razonable llevar a cabo un balance matizado de esta época y alejarse del triunfalismo

El pasado viernes 28 de octubre se cumplieron cuarenta años de la victoria socialista en las elecciones generales de 1982, que les daban acceso al poder por primera vez después de la Segunda República. Las dificultades internas eran muy evidentes (extrema derecha, terrorismo...) pero en Europa el contexto político también era bastante complejo: mientras en Gran Bretaña se imponían las tesis más radicales del liberalismo con Margaret Thatcher, la Francia de François Mitterrand incluía ministros comunistas en su gobierno y comenzaba a nacionalizar sectores estratégicos como la banca o la metalurgia.

Los gobiernos socialistas de Felipe González se desarrollaron durante dos periodos de crisis económica, a comienzos de los ochenta y a comienzos de los noventa, y vivieron un momento de expansión con la entrada en la Unión Europea y la llegada de los fondos de cohesión. Durante ese tiempo se aprobaron leyes fundamentales como la Ley General de Sanidad, para dar cobertura a toda la población residente en España según el modelo de gratuidad británico en vez del modelo de aseguramiento francés.

Desde el punto de vista cultural, la Ley de Educación (LOGSE) amplió la escolarización obligatoria hasta los 16 años y la de Patrimonio Histórico Español protegió de una burguesía depredadora y analfabeta el legado arqueológico de nuestro país. Pero también se construyó un sistema de pensiones que consiguió mantener los ingresos de los trabajadores y proteger a las personas mayores, muchas de ellas mujeres, que nunca habían cotizado. De este modo, los gobiernos socialistas desplegaron una agenda socialdemócrata alejada tanto de la supuesta radicalidad izquierdista del primer gobierno francés como del durísimo enfrentamiento con los sindicatos que protagonizó el gobierno conservador británico.

Pero también se aplicaron recetas económicas de carácter neoliberal. El país fue desindustrializado (cuencas mineras, astilleros…) porque, teóricamente, no podía hacerse cargo de unos sectores económicos ruinosos e incapaces de competir en un mercado internacional cada vez más integrado. Se profundizó así en la apuesta por una economía terciarizada pero dependiente del turismo y la hostelería, que demandaba trabajadores poco cualificados. En la misma línea, se privatizaron empresas y bancos nacionales, como Endesa o Argentaria, y se reformó el mercado laboral para reducir los costes mediante bajadas de salarios y reducción de la indemnización por despido.

Las consecuencias de estas políticas fueron el fracaso de las reconversiones industriales que terminó vaciando territorios, el control de sectores estratégicos por parte de grandes empresas que no han abaratado precios y han tejido redes clientelares muy cuestionables con algunos partidos, o la elevada temporalidad del empleo que no ha terminado con el paro y ha dejado a los jóvenes muy desprotegidos en sus primeros años de vida laboral.

Si tenemos en cuenta estos últimos años de gobiernos socialistas da la impresión de que, en muchos aspectos, escribieron las bases de los programas electorales de la derecha. En el ámbito educativo, por ejemplo, siempre se menciona la puesta en marcha de los conciertos educativos (sobre todo con la Iglesia católica) como una necesidad ante la falta de infraestructuras públicas.

Pero como no se retiraron conforme dichas infraestructuras iban creciendo, se frenó la construcción de las mismas o incluso se ampliaron los conciertos a etapas no obligatorias de la educación, la derecha solo ha tenido que profundizar en esta política concediendo más ventajas a la enseñanza concertada, en forma de subvenciones o de cesiones de suelo. En cuanto al modelo económico y productivo del país, si la hostelería y el turismo eran los principales activos del mercado laboral español, ¿por qué no estimularlos todavía más con la ley del suelo, la burbuja inmobiliaria, la destrucción de las costas y el fracaso escolar de una parte de las clases populares para emplearlos como mano de obra barata? Si las privatizaciones pretendían racionalizar la estructura del estado, que muchas veces tenía dificultades para ser competitivo, ¿por qué no continuar este proceso e incluir otros sectores como el de la sanidad? Finalmente, si el mercado laboral puede ser precarizado para adaptarse a las necesidades de la patronal a pesar de tener que afrontar una huelga general muy dura, ¿por qué no profundizar todavía más en esta precarización para salir de nuevas crisis?

Parece razonable concluir con un balance matizado de esta época y alejarse tanto del triunfalismo de quienes ensalzan la «modélica» transición y solo dedican halagos a este primer socialismo que todavía no había roto España, ni la familia cristiana, ni había pactado con ETA, como de quienes desprecian los avances que produjeron las políticas socialdemócratas. Pero sería conveniente también aprender la lección y tomar conciencia de que hacer políticas contra sí mismo puede conducir a la desmovilización y facilitar enormemente el trabajo a la oposición.

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