DELANTE DE TUS NARICES

Los culos de los caballos

Daniel Gascón

Daniel Gascón

Para entender el paisaje aragonés hay que tener sentido de lo épico, dijo una vez José Antonio Labordeta. Voy con mi padre hacia Allepuz, a la entrega de los XI premios Maestrazgo Europa, por la carretera que va de Teruel hacia Cantavieja, donde según mi madre vas casi por el cielo. (Se ha anunciado que la Agencia Espacial Internacional estará en Sevilla, lo que supone el cierre de uno de los ejercicios de trilerismo gubernamental que han pasado más inadvertidos esta semana, aunque es comprensible porque había mucha competencia: en el trilerismo, quiero decir). Entre los ganadores están la Panadería Elisa de Villarroya de los Pinares; Casa Masas, por la recuperación del viñedo de altura en el Alto Maestrazgo; la Asociación Cultural el Escurzón, de Allepuz. Viene un periodista de Villafranca del Cid que vive en Castellón, hay una extremeña que impulsa el turismo en Cantavieja, una chica de Barcelona canta en la ceremonia. En otro viaje reciente adelantamos un montón de camiones con molinos, regresando de Calamocha, y yendo a Aliaga veo por el camino centrales eólicas y solares. Las centrales generan el conflicto de dos de las películas más comentadas del año: Alcarràs, que transcurre junto a Fraga, y As Bestas. En ambas las energías renovables son el fin de un modo de vida para unos y una esperanza de prosperidad para otros. Las dos películas son westerns: entre otras cosas, películas de vehículos.

Decía Borges que la épica sobrevivió en el siglo XX en el western y Billy Wilder que el western era el único género que no había practicado porque no le gustaba filmar el culo de los caballos. Figura ese problema real –en muchos pueblos hay un conflicto por las renovables, que acarrean destrucción paisajística y no dan puestos de trabajo, y que para otros encarnan cierta esperanza– y el imaginario del western tiene algo de doble filo. En buena medida, el western cuenta la construcción del Estado, de un país. El western crepuscular cuenta cómo las instituciones se han establecido y cómo esa forma de vida más ruda deja de tener sentido. No vemos en estas películas, con sus espacios absolutos y lenguas cooficiales, supermercados, hospitales ni capitales de provincia, que en la vida rural que yo conozco nunca estaban tan lejos. Apenas salen instituciones o servicios: en las películas casi no aparecen el pueblo, la comunidad, los médicos o los maestros (sale la guardia civil en As Bestas, convenientemente incompetente). El problema en realidad es más mantenerlos ante el declive de la población. La variante española del western sería la historia de un desvanecimiento, de la gente en unos sitios y quizá de las instituciones en otros, pero a mí tampoco me gusta filmar el culo de los caballos.

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