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No es un asunto trivial

Si creen que primero fue Guy Debord con su libro La sociedad del espectáculo, seguido por el de Vargas LlosaLa civilización del espectáculo y que Abad Faciolince continuó su labor en su artículo La cultura como espectáculo he de decirles que se equivocan. El primero en tomar en consideración la presencia del factor espectáculo en determinados asuntos fue Robert Louis Stevenson. Conocido como autor de La isla del tesoro o El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde escribió muchas más obras de ficción, pero también, aunque no sea tan recordado por ello, de no ficción. Una de ellas Virginibus puerisquey otros ensayos es una delicia para el espíritu y un aguijón para la mente. Uno de los epígrafes del primero, el titulado Del enamorarse, es lo más parecido a un delicado tejido hilado con perlas claras. De cuantos trabajos conozco que han abordado tan compleja cuestión es, a mi juicio, el más atinado y brillante, sin despreciar, faltaría más, el de Ortega y Gasset. Pues bien, en él Stevenson afirma que el amor puede ser «tomado como espectáculo». Y visto lo visto, lo que nos rodea hoy me digo: – «vaya, eso sí que es adelantarse a su tiempo». Y aunque lo cierto es que él no se refería ni estaba pensando en la sobreexposición a la que algunas personas han decidido someter su vida amorosa en nuestro tiempo, creo que da en el clavo. Ya entonces era posible hacer del amor un espectáculo y, lo que entonces era sólo posible, está alcanzando hoy el grado de alta probabilidad.

Especialmente entre quienes hacen de ello su forma de vida y entretenimiento, pero también, lamentablemente, entre adolescentes, y no tan adolescentes, que convierten sus redes sociales en escaparates de sus amores. Junto a tan pionera idea otras, y me atrevería a decir que más arriesgadas, surcan el texto. Así, contra un lugar común tan extendido entonces como ahora, y por antipático que pueda resultar, Stevenson afirma: «Enamorarse no le es dado a todos (…) En cuanto al ejército innumerable de atildados y anémicos que pueblan con tanta corrección la faz de la tierra, es completamente absurdo imaginarlos en un asunto de amor». Tal vez haya quien piense que éste es un asunto menor e incluso trivial que no merece un espacio de reflexión y menos de opinión. Por mi parte –y nada menos que la de Ortega– quien piense así yerra.

La forma en que los seres humanos somos capaces de amar y la manera en que lo gestionamos y vivimos ofrece sobre nosotros una información tan valiosa como única y ello lo mismo a nivel individual que social, lo que aquí importa. Como también dice Stevenson «en nuestro vulgar y razonable mundo» amar –bueno él dice «enamorarse» pero yo prefiero hacerlo algo más extensivo– es «la única aventura ilógica». Pues bien, no parece muy inteligente descartar tales «aventuras ilógicas» si como sociedad aspiramos a conocernos en profundidad. Seguro que ustedes han escuchado (incluso más de lo que querrían) aquello de «somos lo que leemos», «somos lo que comemos»… o incluso algún otro «somos» que no acierto a conocer. Pues bien, en mi modesto entender y seguiría en esto al maestro Stevenson, en realidad somos lo que amamos y cómo amamos. Claro que eso me lleva a una incómoda e inquietante pregunta ¿qué son entonces las personas que no aman? Y es que, si Stevenson no se equivocaba, haberlas haylas.

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