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El triángulo

Carolina González

El caballo ahora se llama Pegasus

Pegasus es el caballo de Troya del siglo XXI. Pero más sofisticado y difícil de descubrir. Ya saben que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados. Cuando apenas estamos conociendo una nueva función de algo, aparece otro sistema innovador que deja prácticamente obsoleto todo lo anterior. Caminamos a toda prisa y algún traspiés se produce.

Al igual que sucede con la regulación –hecha la ley hecha la trampa– ocurre con la tecnología. Ideada para un fin concreto acaba sirviendo a veces para lo contrario. Y eso es lo que, al parecer, ha pasado con la aplicación de espionaje israelí Pegasus. En principio, este programa que 'cotillea' los teléfonos móviles y solo se vende a organismos públicos como ejércitos, policías y servicios de inteligencia para investigar el terrorismo y el crimen organizado, habría servido al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para enterarse de lo que decía y hacía el núcleo del separatismo catalán. Más de 60 políticos y dirigentes de partidos y organizaciones civiles promotores de la independencia de Cataluña habrían sido espiados. La aplicación habría permitido leer mensajes encriptados y conectar por control remoto la cámara y el micrófono, entre otras cosas.

No conozco a nadie que crea que un país no debe disponer de esta tecnología, utilizada en todo el mundo, para protegerse y defenderse llegado el caso. La seguridad nacional es una cuestión de Estado. Pero la tentación para utilizarla con otros objetivos, visto lo visto, es importante. Disponer de una herramienta que permite conocer en tiempo real planes y estrategias de quienes han intentado desestabilizar un país puede resultar irresistible.

¿Cómo consiguen el dinero sino usando nuestros gustos y preferencias, que continuamente les facilitamos sin pensar cuál será su destino?

Cuántas veces hemos pensado que nuestros teléfonos nos escuchan. Hemos hablado con alguien de las vacaciones o de algo que queremos comprar y automáticamente nos ha saltado un anuncio en alguna de las aplicaciones que empleamos a diario. Nuestros datos son el nuevo dorado. Creemos que navegar por páginas o redes sociales gratuitas es inocuo a la vez que leemos que esas empresas son las que más beneficios obtienen. ¿Cómo consiguen el dinero sino usando nuestros gustos y preferencias, que continuamente les facilitamos sin pensar cuál será su destino?

También se ha legislado al respecto. Como el CNI. Quizá habría que hacerlo más rápido o con más astucia. Desde luego, en este caso, un control interno, otro del Defensor del Pueblo, intentar desbloquear la comisión de secretos en el Congreso y documentos confidenciales para colaborar con la justicia no es suficiente. Tampoco ayuda el victimismo de los supuestos «atacados». Menos postureo y más meterse en harina para acordar cómo hacer el sistema más transparente.

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