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La mujer del César

Muchas cosas han pasado en los últimos días susceptibles de convertirse en tema de opinión. La propuesta de Feijóo –que no del PP– de que gobierne la lista más votada en los ayuntamientos; las jugadoras del F.C. Barcelona recogiendo sus propias medallas tras ganar la Supercopa de España; la gresca montada en la Universidad Complutense de Madrid por el reconocimiento como alumna ilustre a Díaz Ayuso... A todas estas polémicas cabe una respuesta como palabra, en el mismo orden. Inviable, lamentable y condenable. Pocas explicaciones adicionales requieren. Lo que sí necesita de una profunda reflexión es la violencia machista en nuestro país.

Una niña violada por miembros de su familia desde que tenía 7 años, se quedó embarazada a los 13 y tuvo al bebé «en total soledad», según la sentencia judicial. La hermana de la víctima era la que propiciaba los encuentros entre la cría, su marido y su cuñado. Ahora se han juzgado estos hechos y los autores de la agresión han sido condenados a tres años de cárcel. Tres. La razón para tan escasa pena es que la víctima había sido indemnizada económicamente durante el proceso y eso propició un pacto con la fiscalía. Hablamos de una violación en el seno familiar, consentida por su hermana, y de un dinero percibido «por alguien» por esta barbaridad. No tengo palabras. La mujer que ha denunciado por agresión sexual al jugador de fútbol Dani Alves en Barcelona ha renunciado expresamente a cualquier tipo de resarcimiento monetario, incluso tras una hipotética condena. Estaría en su derecho, como cuando hay un accidente de tráfico, pero en este y otros tantos casos de violación, la víctima no solo debe serlo sino parecerlo, como la mujer del César. Ya ocurrió con la víctima de La Manada de Pamplona. No podía llevar camisetas con mensajes optimistas, ni utilizar sus redes sociales, ni sonreír en fotos después del ataque de aquellos animales. Ahora las víctimas deben renunciar a más cosas para tener credibilidad. Se les exige permanecer en un estado de depresión, aislamiento social y fracaso emocional continuo.

Y hay quien todavía cree conveniente hacer pública la vida de las víctimas. En una palabra, juzgarla. Porque de todos es sabido que cuando sales los sábados por la noche, con minifalda y te paras a hablar con un grupo de chicos es que estás buscando algo. O peor, sabes a lo que te expones. Afortunadamente cada vez son menos frecuentes estos pensamientos y si alguien persiste, sus actos tienen consecuencias. Le pasó a un periodista que reveló una fotografía y datos personales de la víctima de La Manada. Ha sido condenado por un juez a tres años de cárcel y una multa.

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