Aquellos que no pudieron inmortalizar a los hombres del mono blanco sacando chapapote con sus manos aún están a tiempo.

A pocos días de cumplirse el primer aniversario del accidente del Prestige (13 de noviembre), hay recodos del litoral gallego que continúan pintados de negro desafiando a la vida y al mar. Un grupo de seis trabajadores de la empresa pública Tragsa inició ayer la laboriosa tarea de arrancar chapapote del acantilado de la Pedra do Sal, en Santa Mariña. Lo peor es que el fuel que todavía reposa entre las piedras pertenece a la primera de las mareas negras.

Los escasos 80 habitantes de la bella aldea marinera de Santa Mariña han demostrado tener una paciencia infinita templada por la bravura del mar que les rodea. Cuando el Prestige se rompió, en Santa Mariña, inundada de fuel, tardaron 11 días en ver aparecer a las primeras personas interesadas en el desastre: dos periodistas de este diario. La historia se repite. Vuelven a ser los últimos y todavía esperan que les limpien lo que las olas aún no han podido arrancar.

"Por la textura, el color, el olor y lo mucho que se agarra a las rocas, me atrevería a decir que este chapapote es de la primera marea", aseguró Manuel Mouzo, el jefe de la brigada de Tragsa destinado a Santa Mariña. Aquí y en algunos rincones del litoral de Muxía persiste el chapapote más tenaz, envalentonado por la actitud de una Xunta que se niega a acoger más voluntarios e insiste en afirmar que ya todo está bien. Y no es verdad. Tristemente, la negra huella del Prestige persiste.