El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, se dispone a renovar mañana, por tercera vez consecutiva, su mandato al frente del organismo que agrupa a los obispos españoles. En 40 años de historia de la Conferencia Episcopal Española, sólo Vicente Enrique y Tarancón, el cardenal valenciano de la transición política añorado por la progresía católica, logró tal respaldo de sus compañeros. Rouco accedió a la presidencia del episcopado en febrero de 1999 y, de ser ratificado, la podrá ocupar tres años más.

El arzobispo de Madrid precisa del apoyo de 52 de los 77 votos en liza, o sea, dos tercios de la asamblea plenaria, una mayoría amplia que la composición actual de la asamblea, de marcado signo conservador, pone a su alcance. Máxime cuando la alternativa al purpurado es el arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, erigido en faro del ala del catolicismo más beligerante con la modernidad.

Cañizares pertenece al lobi de prelados valencianos, un grupo que, parafraseando una afortunada expresión de Tarancón, tiene "tortícolis de tanto mirar a Roma". Para hacerse con la presidencia sólo necesitaría 39 sufragios, la mitad más uno, al tratarse de su primer mandato.

EL SISTEMA DE VOTACION Cualquier otro resultado que no pase por la victoria de Rouco o Cañizares será una sorpresa. El cardenal es "el mejor colocado", admite uno de los electores, y, aunque en esas peculiares elecciones no hay candidatos, "no cabe duda" de que el purpurado "se postula para el puesto", añade. ¿Cómo, si no, hay campaña electoral? "Si no deseara ser elegido habría enviado signos inequívocos al electorado. Podría haberse referido a su enfermedad (se le detectó un cáncer de vejiga en el 2004) y a que, en todo caso, formará parte del comité del que Rouco es miembro nato.

El sistema de votaciones se asemeja al de un cónclave. Primero hay un escrutinio de tanteo y, perfilados los favoritos, se procede a la elección. Si Rouco no alcanza los dos tercios exigibles en el segundo recuento, queda ya descolgado, y en la siguiente ronda compiten los que han conseguido más apoyos, hasta que uno se alce con la mayoría absoluta.

"Un rostro nuevo no iría mal --apunta un prelado--, porque podría formar tándem con Rouco, que ya es cardenal y seguirá en el Ejecutivo". Sin embargo, no hay otras caras capaces de movilizar al cuerpo electoral. Hubo un intento de lanzar la candidatura del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, por parte del sector más abierto del episcopado, que confiaba en que la propuesta podría resultar atractiva a los prelados conservadores disgustados con el autoritarismo que Rouco ha exhibido.

Entre los dispuestos a avalarle había obispos vascos y catalanes. Blázquez reúne, además, otras cualidades que le pueden hacer acreedor de la confianza de otras sensibilidades: ha sido obispo auxiliar de Rouco y es un firme valedor de uno de los movimientos católicos más prósperos: el Camino Neocatecumental de Kiko Argüello, los kikos . Tiene otra virtud: deja hacer. Los promotores de su candidatura esperaban que el Vaticano le designase arzobispo de Zaragoza en sustitución de Elías Yanes, lo que hubiera sido una promoción en toda regla, pero ese guiño cómplice no se ha producido.

Algunas miradas se han posado en el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, al que algunos señalan como estandarte del exiguo sector progresista del episcopado. Pero quienes podrían apuntalar su candidatura reconocen que "Amigo se implica poco" y que "va por libre".