Sucedió en Madrid, en el afamado y entrañable Café Gijón. Los carteles en su puerta de entrada lo anunciaban para la tarde de aquel día:

Hoy, a partir de las 19:00 horas,

TERTULIA FILOSÓFICA-LITERARIA

Con el eminente escritor, filósofo y conferenciante

DON SEVERINO RUIPÉREZ FRESNO

DOCTOR HONORIS CAUSA por las universidades de Yale,

La Sorbona y New York.

Antes de comenzar la tertulia el profesor Ruipérez firmará ejemplares de sus obras: 'Cabeza pensante', 'Mente sin límites' y 'Filosofía cerebral'.

- ¡Qué raro, las firmas de libros se suelen dejar para el final de estos actos! -exclamó un señor al leer el cartel.

- Pues sí que es raro -contestó su acompañante.

A la hora señalada el Café Gijón hallábase abarrotado. La expectación era máxima. Sentado frente a una de las mesas de mármol situadas al fondo del local, sobresalía la oronda estampa del insigne profesor don Severino Ruipérez. Con un gesto firme de su mano, dio por finalizada la firma de ejemplares. Se atusó su barba revuelta y cana y, con unas breves palabras, abrió el tiempo de tertulia. Se arrellanó en su asiento de terciopelo rojo y se ajustó unos auriculares en ambas orejas. El profesor tenía fama de estar un poco teniente, así que nadie se sorprendió por ello.

El primero en tomar la palabra fue un poeta de luenga barba y pelo blanco. Vestía pantalón oscuro, camisa ajada de cuadros y chaqueta negra de pana. Se puso en pie y, con ampulosa voz, comenzó a disertar sobre las generaciones del 98 y del 27. A continuación, recitó cuatro poemas suyos modulando afectadamente el tono de sus palabras y gesticulando con sus manos al modo de los políticos. El segundo en intervenir fue un novelista de unos cuarenta años. De pelo negro y perilla exquisitamente recortada, lucía para la ocasión, impoluto traje negro con corbata de seda gris. Habló de la inspiración y de las musas; de los miles de folios a medio llenar que iban a parar a la papelera; del naturalismo de Zola, de la humanidad de Dickens y de la genialidad de Cervantes. Hizo especial hincapié en ponderar el estilo dieciochesco desarrollado con primoroso virtuosismo en sus dos últimas novelas. A continuación tomó la palabra un eminentísimo ensayista con aspecto de ratón de biblioteca, perfectamente complementado por su escasez de pelo y unos minúsculos anteojos de pasta negra. Su rancio y ajustado traje marrón no empequeñecían en modo alguno la grandeza intelectual de su portador. Puesto en pie, disertó sobre las veleidosas elucubraciones afectivo-sexuales de las amebas en los pantanos de agua caliente y, desarrolló sus aclamadas teorías sobre la importancia de los protozoos en la dieta mediterránea, extensamente pormenorizadas en su libro 'Ensayo sobre la soledad del eucariota'. Finalmente, quien se puso en pie y exhibió sus dotes de excelso orador, fue el insigne filósofo don Benito Marsupán. Llamaba la atención su traje de lunares blancos sobre fondo oscuro y su desnivelada pajarita arcoíris, sobre todo, para el ingenuo espectador poco versado en aquellas argumentaciones y teorías acerca de la naturaleza humana intrínseca en los objetos inanimados y en ciertas especies vegetales que crecen a orillas del río Orinoco.

El profesor Ruipérez apenas pestañeó durante los brillantes discursos de estas cuatro eminencias. Realmente se le veía en un estado de concentración absoluta. No modificó su semblante pétreo y contenido en ningún momento. Cada una de las personas que se encontraba en el Café Gijón se mantenía expectante y aguantaba la respiración en espera de la suprema intervención del profesor. De repente, don Severino Ruipérez gritó como un poseso: “¡Goool, goool de España, goool de España! Se levantó de su asiento y comenzó a dar abrazos a los contertulios y al resto de clientes del café. Repetía sin cesar: “¡Goool de España, ha marcado Menéndez!” Daba saltos de alegría y, de pronto, intentó una voltereta en el suelo que le salió ladeada y ridícula. Todos le miraban boquiabiertos. Se dirigió a la puerta de salida, la abrió y, antes de abandonar el local, se giró hacia los anonadados espectadores. Se quitó uno de los auriculares y les dijo: “Hasta luego, creo que llegaré a tiempo para ver la prórroga”.