Geógrafo y periodista, el viernes presenta en Zaragoza su libro ‘Regreso al Sáhara’. En él mezcla sus vivencias tras hacer el servicio militar en la antigua colonia, su vuelta, cuarenta años después, y la trayectoria que ha tenido este territorio desde entonces.

—¿Cómo ha vivido este regreso literario al Sáhara?

—Cuando volví del servicio militar en la colonia, no me había gustado nada, mucho menos estando en el Ejército, y no pensé que volvería. Lo que ocurrió es que vengo licenciado en 1973 y solo año y medio después se produce el abandono del Sáhara. Aquello me hizo sentir disgusto y solidario con la causa saharaui. Ya el contacto con ellos es lo que me llevó, cuando conozco el proyecto de cooperación del huerto de Tifariti, a volver más de cuarenta años después.

—¿Qué se encontró al volver?

—El escenario ya era diferente. Cuando vuelvo al Sáhara en el 2013, lo hago a través de Argelia y pasando por los campamentos de Tinduf, donde está refugiada la mayor parte de la población saharaui que se exilió cuando los marroquíes ocuparon su territorio. Aquella zona es la hamada, una zona muy dura del desierto, las condiciones de vida son lamentables. Y luego estuve en los territorios en la estrecha franja que controla el Frente Polisario en la zona más oriental del Sáhara occidental, en Tifariti. Es un pequeño poblado, con una población muy escasa y un poco dispersa. Diferente a la ciudad de Al Aaiún que yo había conocido en 1972 y 73, en la que vivía casi la mitad de la población de todo el Sáhara. Es un desierto y para una superficie más o menos equivalente a la mitad de España, vivíamos solo unas 100.000 personas. Las condiciones que vi en mi regreso son las de un campo de refugiados, no las de una ciudad con formas de vida estables como era Al Aaiún.

—Las cosas han cambiado mucho en cuarenta años, aquí y allá…

—Efectivamente, han cambiado en España, afortunadamente a mejor. Allí han cambiado a peor. Evidentemente los saharauis querían la independencia de su país, lucharon por ella, pero no lo consiguieron porque los acuerdos de Madrid de 1975 entregaron no la soberanía pero sí la administración a Marruecos y Mauritania. En la guerra que siguió, que desarrolló el Frente Polisario para intentar luchar contra la ocupación de su país, los mauritanos muy pronto decidieron que aquella guerra no iba con ellos y se retiraron. Marruecos aprovechó para extender su control sobre prácticamente todo el territorio del Sáhara. Desde entonces, las condiciones de los saharauis que quedaron en las zonas controladas por Marruecos son muy duras, muy difíciles. Económicamente están postergados, el trabajo no es para ellos pero sí la represión. Hace bien poco tiempo quedó de manifiesto con el asalto y la destrucción del campamento de Gdaim Izik, por ejemplo.

—¿Estuvo España a la altura de la situación?

—No ha estado a la altura, ni muchísimo menos. No lo estuvo en el momento de la salida, que era un momento difícil en España porque el dictador Franco se estaba muriendo y en el último gobierno franquista había dos tendencias diferentes. Había ministros, como era Cortina Mauri, de Asuntos Exteriores, o el propio embajador ante Naciones Unidas, el aragonés Jaime de Piniés. Ellos se habían comprometido ante la Asamblea General de Naciones Unidas a hacer un referéndum de autodeterminación. Y, de hecho, se hizo un censo para hacerlo. Pero en el Gobierno había otro sector, unos para huir de los problemas y otros por clarísimos intereses económicos y políticos mezclados con Marruecos como era Carro Martínez, ministro de la Presidencia, o el ministro secretario general del Movimiento, Solís Ruiz. Tenían intereses en Marruecos e inclinaron la balanza de lado de pactemos con Marruecos, marchémonos y allá se las ventilen los saharauis. Para España fue tremendo porque no solo incumplió con lo que se había comprometido a hacer ante la ONU, sino que incumplió también el compromiso, lo quieras o no, con los años de colonización del Sáhara, abandonando a la población saharaui en manos de un gobierno que no es precisamente democrático ni justo como es el de Marruecos.

—Fue a hacer la mili, pero este no es un libro de batallitas…

—Sí, el libro es una mezcla de muchas cosas. Por supuesto hay recuerdos personales, pero la faceta del Luis periodista se ha impuesto al del Luis ciudadano. Aprovecho para hacer una reflexión indagando, completando datos, viendo cómo fue el mismo proceso de la entrega a Marruecos y lo que ha pasado después. Tratar de dar unas impresiones, personales, por supuesto, que ayuden al lector a entender la gran injusticia que se ha cometido, que hemos cometido, con el pueblo saharaui.

—Hablando de momentos históricos, ya casi estamos en esa ‘nueva normalidad’, ¿ha influido el confinamiento en lo concerniente al libro?

—No. reconozco que habiéndome ganado la vida escribiendo, los periodistas escribimos artículos o reportajes con una extensión limitada. Y estamos acostumbrados a meter gran cantidad de datos en pocas matrices o pocos minutos de emisión. Y un libro es todo lo contrario, hay que desarrollar los temas, ampliarlos, completarlos… y a mí me cuesta bastante. Desde que me jubilé decidí disfrutar de mi jubilación. Y si me costaba un año, como si me costaba tres. Ha sido poco a poco y el libro estaba terminado. De hecho, me avisaron de la editorial de que teníamos ejemplares justo una semana antes de empezar el confinamiento.

—Y como periodista, ¿qué le han parecido estos tiempos telemáticos?

—Complicados. Soy de una generación, como se dice ahora, analógica, aunque es cierto que hace más de 30 años que empecé a manejar ordenadores. Pero a veces hasta las aplicaciones del móvil me resultan complicadas.No he conocido directamente esto pero supongo que habrá sido una limitación grande porque el periodista, para llegar a entender las cosas, tiene que enfrentarse y tocar la realidad. Ahora vivo en la zona de Delicias sur y dando los paseos que los jubilados podíamos dar entre las 10 y las 12, varias veces, camino del parque de la Sedetania, pasaba por un gigantesco bloque de viviendas. Y recordé que, siendo un joven periodista, había hecho un reportaje sobre la construcción de ese bloque y lo mal que se había construido, los problemas que tuvieron los propietarios… era el auge de la expansión urbanística. Y recordaba escenas de haber estado allí, la gente te mostraba las grietas en sus casas. Hacer periodismo a través de un móvil o un ordenador me hubiera resultado muy difícil.

—¿Teme que esa distancia, de alguna forma, haya venido para quedarse?

—Espero que no. Es cierto que el buen periodismo necesita documentación y, a través de los medios que nos facilita internet y de los archivos digitalizados, puedes acudir a estas fuentes. Yo lo he hecho para escribir este libro.Pero el periodismo directo, el contacto con la realidad, el compartir las sensaciones, es como si yo hubiera intentado contar cómo viven ahora los saharauis en el exilio argelino sin ir allí. No hubiera sentido con ellos lo que ellos sienten al estar allí.