El Periódico de Aragón

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Memoria Visual de Zaragoza

La plaza de España: un espacio urbano cambiante, central y contemporáneo

La plaza de España “de toda la vida” lo es apenas desde 1937 Primero fue una humilde replaceta a la sombra del convento de San Francisco, desde 1837 y como plaza de la Constitución ejerció de funcional centro de la ciudad, y hoy es uno de sus más conseguidos escaparates urbanos

Plaza de San Francisco y convento homónimo, 1808. Ministerio de Educación, Ciencia y Deporte

Desde la Baja Edad Media y hasta 1808 el espacio de la plaza era mucho más reducido, constreñido entre el enorme hospital de Gracia de mediados del siglo XV y la gran iglesia gótica del convento de San Francisco desde finales del siglo XIII, que precisamente daba nombre a este entorno comprendido entre el Coso de los Carabaceros y el de los Pelliceros, inmediato a la Puerta Cineja.

A esta mínima plaza de San Francisco daban sus fachadas algunas nobles e infanzonas casas del Coso, en cuya zona oriental descollaba desde el siglo XV la renacentista Cruz o monumento votivo reedificado en 1632 y remodelado en 1761. La estrecha calleja del Hospital y su continuación de Santa Engracia abrían la plaza hacia el sur, aunque su angostura impedía que la Puerta de Santa Engracia fuera la entrada principal desde el suroeste, en beneficio de la Puerta de Baltax/del Carmen.

Plaza de la Constitución, 1838. Archivo Mora

Todo esto cambió con los asedios franceses de principios del siglo XIX por su gran impacto destructivo en esta zona, de forma que la administración ocupante pudo proyectar aquí el que habría de ser primer ensanche contemporáneo mediante un ancho “paseo Imperial” que se abría hacia el sur entre las ruinas de la vieja ciudad. Desde entonces la ligazón de la plaza con el nuevo salón-paseo fue muy íntima, convirtiéndose así en el nuevo y codiciado centro urbano. La salida francesa en 1813 supuso que la plaza conociera su primer cambio de nombre al recibir el de San Fernando en honor al “Deseado” monarca absoluto Fernando VII.

La posterior y constitucional época isabelina le otorgó desde 1837 su nuevo nombre: plaza de la Constitución, cuando el lento despeje de las ruinas fue dando paso a la progresiva urbanización de la nueva plaza, destacando la construcción de algunos de sus referentes visuales que durante mucho tiempo la caracterizarían, entre ellos la Fuente de la Princesa (funcional desde 1845), el palacio de la Diputación Provincial (1858) y el Gran Hotel de Europa (1861), aunque la anhelada restauración de la “Cruz del Coso” se quedó en proyecto por ser incompatible con el moderno tránsito de vehículos.

Plaza de la Constitución, 1861. Mariano Júdez y Ortiz

El prestigio social de la plaza fue aumentando en paralelo a la progresiva ubicación en ella y en sus aledaños de algunos de los mejores comercios y hoteles de la ciudad, amén de importantes cafés como el Suizo, el Gambrinus, la Perla, el Oriental y el Royalty. Esta plaza fue además epicentro de todas las líneas de tranvía que desde 1885 y primero con tracción a sangre vertebraron el transporte urbano hasta que fueron desmanteladas, y desde 1902 los modernos tranvías eléctricos dieron continuidad a este esencial servicio público. Durante todas estas décadas la plaza fue conociendo mejoras en su pavimentación e iluminación, abriéndose además en ella varios quioscos.

Plaza de la Constitución, 1926. L. Roisin

La llegada del siglo XX trajo consigo la primera gran transformación simbólica de la plaza, cuando la Fuente de la Princesa fue desmantelada en 1902 para ser sustituida por el monumento a los Mártires de la Religión y la Patria, al mismo tiempo que el monumento a Pignatelli era removido de la plaza de Aragón y sustituido por el del Justiciazgo. Este cambio se llevó aquí por delante a los tradicionales aguadores de la plaza e incluyó también la primera de las numerosas reformas de la isleta central que rodeaba el nuevo monumento, desde entonces supeditado al devenir del creciente tráfico rodado conforme avanzaban las décadas del nuevo siglo.

Plaza de España, 1961. GAZA

En los años veinte tuvo lugar otra reforma de esta isleta, aprovechada para hacer desaparecer los cuatro decimonónicos quioscos de la plaza, además de ver iniciada la construcción de varios edificios de otras tantas entidades bancarias que desde entonces dieron nuevo significado a la plaza: primero fue el banco Hispano-Americano ya a mitad de los años diez (sustituido en los años cuarenta por un inmueble más moderno, el actual), luego el Zaragozano (casi a la vez que la nueva sede de la compañía de seguros La Catalana) a finales de los años veinte, y a principios de los años treinta el nuevo Banco de España, construido sobre el solar del Gran Hotel de Europa e inaugurado en 1936.

En esas primeras décadas del siglo la plaza se consolidó como escenario habitual de actos públicos generalmente de contenido religioso y militar, los civiles tolerados por el Régimen, y los protagonizados por la simpática comparsa de Gigantes y Cabezudos.

Como una de las consecuencias de la sublevación militar contra la Segunda República española en julio de 1936, la plaza vio cambiar su nombre por última vez (hasta la fecha) y convertirse así en la plaza de España, aunque para ello hubiera que cambiar “de rebote” el nombre a la “plaza de España” proyectada y trazada en el ensanche de Miralbueno, que por ello desde entonces luce el de San Francisco, que a su vez fuera original nombre de la actual plaza de España.

Plaza de España, 1996. Carlos Moncín. El Periódico de Aragón

Otra reforma, esta vez en 1942 dibujó un escenario urbano de continuidad que perduraría durante casi veinte años, hasta la reforma radical de 1961 que, vinculada a la sustitución del bulevar del paseo de la Independencia por una autopista urbana, convirtió a la plaza de España en una mera rotonda automovilística en torno a la cual el tráfico fue creciendo exponencialmente, entre otras razones por el programado desmantelamiento de las líneas de tranvía. Al hilo de esta intervención, a mediados de los años sesenta dio sus últimos coletazos el viejo proyecto de prolongar el paseo de la Independencia hacia el norte, lo que hubiera supuesto el derribo de la fachada del Coso y de una buena parte del caserío del Casco Viejo aledaño hasta la plaza del Pilar.

Por suerte este proyecto quedó definitivamente en agua de borrajas. Mientras tanto, el decimonónico edificio de la Diputación Provincial ya había sido derribado y sustituido a mediados de los años cincuenta por el actual palacio de esta institución proyectado por el arquitecto Teodoro Ríos Balaguer.

Plaza de España, 2012.

Como era norma, en los años setenta algunas de las “viejas casonas” del Coso con fachada a la plaza dieron paso a modernos y funcionales edificios, y en paralelo a la denominada “transición” política de mediados de esa década tuvo lugar otra reforma de la plaza, que desde esos años se convirtió en epicentro de las movilizaciones y manifestaciones que caracterizaron esa época y la posterior tras la recuperación de la democracia. El final de centuria fue testigo del previsible desenlace del largo proceso de degradación programada de la zona del Coso conocida como “el Tubo”, una parte del cual pocos años después dio paso a un gran centro comercial y de ocio con aires posmodernos.

A principios del siglo XXI la plaza de España fue objeto de una intervención integral al hilo de la proyectada reforma del paseo de la Independencia que resultó mediatizada de forma “imprevista” por el impacto del hallazgo de los restos arqueológicos del antiguo arrabal musulmán de Sinhaya, y en 2011 conoció su última gran reforma hasta la fecha, en esta ocasión provocada por la feliz instalación del tendido de la línea 1 del moderno tranvía urbano, que supuso la domesticación del tráfico rodado y la recuperación de buena parte de este espacio para la circulación de personas.

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