La situación de la joven podría haberse prolongado de no ser por una visita de su madre, que acudió a verla a Zaragoza y, aunque no le llegó a confesar nada concreto, intuyó que algo andaba mal. Ni su hija actuaba normalmente ni le parecía normal la actitud de los dos hombres con los que vivía. Por ello comunicó sus sospechas a la Policía en Zaragoza en cuanto volvió a Andalucía, con lo que facilitó que los agentes se trasladasen a la casa y pudiesen detener a los proxenetas y liberar a la joven cautiva en la capital aragonesa.