De muy pocos se podrá decir esto: que ha muerto a los 83 años y que su muerte nos ha tomado por sorpresa. Los que lo conocimos en los últimos tiempos vivíamos bajo la ilusión de que duraría para siempre, pues la idea de la muerte no era compatible con su energía desbordada. La última vez que lo vi, en un hotel colombiano, Fuentes recorría una piscina de un lado al otro, y en las pausas de su ejercicio se acercaba al borde y recordaba un cuento de John Cheever, recitaba un diálogo de John Huston, preguntaba si había que leer a Ricardo Piglia. Su cuerpo, pero sobre todo su inteligencia, libraban una batalla sin cuartel contra el deterioro: Fuentes se había declarado en abierta rebeldía contra el tiempo. La vejez lo obsesionaba: en Aura, una mujer joven y bella es en realidad una anciana bajo un hechizo; en La muerte de Artemio Cruz, un moribundo contempla su propia desintegración en los espejuelos de un bolso de mujer; y en un pasaje de Gringo viejo, el personaje sueña que cruzaba un puente en llamas y después se da cuenta de que no era un sueño: lo había visto la mañana en que entró a México. "Mis ojos brillan más que cualquier estrella", se dice entonces el viejo. "Nadie me verá decrépito. Siempre seré joven porque hoy me atrevo a volver a ser joven. Siempre seré recordado como fui".

¿Cómo fue Carlos Fuentes? Fue joven porque siempre se atrevió a serlo, porque recibió todos los honores del mundo literario y sin embargo se enfrentó a la literatura con el entusiasmo de quien apenas comienza. Fue un modelo de intelectual que ya no es frecuente (y en ciertas partes nunca lo ha sido: a mis amigos argentinos, por ejemplo, educados en el magisterio de Borges, esta forma de ser escritor les resulta incomprensible).

GENEROSO PERO INSOBORNABLE Fue un hombre público que vivió en tensión con su país y su realidad: creo que fue Solzhenitsyn quien dijo que tener a un gran escritor es como tener dos gobiernos, y por eso a ningún régimen le han gustado los grandes escritores. Fue generoso pero insobornable, fue inagotablemente curioso, fue autor de, por lo menos, tres obras maestras: en su vasta obra, libros como La región más transparente o Terra Nostra bastarán para asegurar la supervivencia de su nombre.

A lo largo de los últimos años he constatado que para los escritores de mi generación en otras lenguas, no es fácil entender la relación que tenemos nosotros, los latinoamericanos, con eso que llamamos boom. Yo echo mano para explicarla de una idea que le escuché a Jorge Volpi: lo que nos diferencia, la rara circunstancia que es nuestra carga y nuestro premio, es que nuestros clásicos están vivos. "Para nosotros", decía Volpi, "poder hablar con Fuentes, con García Márquez, con Vargas Llosa, es lo que sería para un escritor francés de este siglo XXI poder encontrarse con Balzac o con Flaubert, recomendarles un par de lecturas y escuchar sus recomendaciones". Ya Fuentes no está vivo, pero es y será siempre uno de nuestros clásicos. ¿Cómo lo sabemos? Porque sus libros, muchos de ellos, no son solo notables: son necesarios.

Hace unos años, hablando de él ante el público de Guadalajara, dije esto: "Más que ningún otro novelista de nuestra lengua, Fuentes se ha dedicado a indagar en el curioso matrimonio entre los hechos del pasado colectivo (eso que llamamos Historia) y el lenguaje intensamente individual de la mejor herramienta ideada por los seres humanos para explorarse a sí mismos (eso que llamamos novela). Ha comprendido que la novela que nos habla de nuestro pasado no reproduce el mundo, sino que lo reinventa". Y pasará el tiempo y me daré cuenta yo (y se darán cuenta otros) del privilegio inmenso que fue compartir con él este mundo, asistir a esa reinvención.