Si la vista del lector cae hacia el fondo de esta página de igual manera que el corazón del aficionado se precipitó ayer al más profundo de los abismos sentimentales por el descenso a Segunda División, se descifran muchas de las causas del fracasado proyecto Agapito Iglesias, fallecido con apenas un par de años de vida ficticia, económica y deportivamente sostenida de forma artificial. La imagen proyectada por la mayoría de los responsables del, seguramente, mayor fiasco de la historia del club, corresponde a la rueda de prensa que en la que Ander Garitano les dejó plantados por asuntos personales una semana y dos partidos después de haber tomado el relevo de Víctor Fernández en la dirección técnica, el único gran ausente (jugadores al margen) en la fotografía de la desidia de unos profesionales superados por sus limitaciones, por una ausencia mayúscula de interés y por una manifiesta incapacidad para intervenir en una hecatombe que venía anunciándose con cartel de apocalíptico neón desde bien avanzada la temporada.

El retrato les recoge y acoge dentro del envoltorio del viejo y descascarillado sillón de skay que preside, con su sucio color vainilla y un insoportable perfume a alcanfor, la sala de prensa de La Romareda. La monstruosa pieza representa el inmovilismo de un club devorado por la polilla invencible, imitación de piel y plástico como perfecta metáfora de la indefinición de unos rectores que han colaborado con profusa insistencia a que el Zaragoza haya despertado hoy recostado también sobre en ese insalubre y decimonónico mueble, símbolo de un pasado rancio y monarca ahora mismo de un futuro inexistente que apunta a la ruina en una categoría imposible para la configuración del club, superado por una deuda reconocida de 77 millones --en bruto supera los 100-- que se disparará y con la sobrecarga de nóminas estratosféricas de estrellas rotas, destruidas o egoístas.

SIN CUALIFICACIÓN Hay en los gestos de estos apóstoles apoltronados una colección de joyas que interpretar, posturas y tics que desvelan apatía, estupefacción por no saber cómo reconducir una situación engendrada en su falta de cualificación, en su pobre muestrario de alternativas para aplicar carácter y credibilidad en las situaciones de crisis, que han sido legión. Agapito Iglesias y Eduardo Bandrés, bajo un mecenazgo de invisible visibilidad política, han descarrilado escandalosamente lejos de sus respectivos hábitats naturales.

Murieron ambos de éxito por la clasificación de la UEFA en su primera experiencia al frente de la entidad y no supieron descifrar las necesidades para apuntalar ese logro y hacerlo avanza. Tampoco comprendieron jamás que la absoluta entrega de poderes a Víctor Fernández, un entrenador extremadamente narcisista y sobrevalorado, supondría tarde o temprano su condena. Ni que Miguel Pardeza, el director deportivo que ya ha presentado su dimisión alguna vez este curso y que puede irse ahora, aportaba mucha más elegancia en la palabra que en los hechos, distante como corresponde a un personaje que vive el fútbol sin pasión. Vino en el anterior descenso para aportar cambios de hondo calado en una empresa antidiluviana y acabó seducido por los moradores del cortijo.

El eterno Pedro Herrera debería irse --una propuesta seguramente inútil-- por decencia y un negro rosario de contrataciones que han desprestigiado su ya de por sí maltrecha cartera de adquisiciones desde que se hizo cargo de la secretaría técnica. Asiduo de la cuadra de representantes suramericanos y enemigo declarado de la cantera aunque sea en su más mínimo aprovechamiento, Herrera es otra de las puntas del iceberg de otros cargos vitalicios que han ido frenando la posibilidad de un concepto más actualizado y progresista, en definitiva de la llegada de auténticos profesionales al club. El descenso, con todo sus traumas administrativos, es la consecuencia de la suma de todos esos factores y, a su vez, una nueva oportunidad para reconstruir la sociedad prácticamente desde cero.

AJENO A ESTE DEPORTE El empresario soriano cogió el pesado testigo de Alfonso Soláns, pero, como su antecesor, es un hombre ajeno a las interioridades de este deporte pese a su entusiasmo. Algo similar le ocurre a Eduardo Bandrés, un presidente ejecutivo de correctas formas políticas pero desenfocado en un mundo bicolor. Ayer anunció que ha puesto su cargo a disposición de Agapito. Dejaron que Víctor Fernández, aprovechando la coyuntura del desgobierno ejecutivo, se elevera por encima de sus jerarquías, y en esa concesión empezaron a fraguar la anarquía. El entrenador perdió, como es habitual en él, el control del vestuario por su tozuda insistencia en condicionar el equipo en función de Aimar y no supo gestionar su enfrentamiento con D´Alessandro, ojo derecho de Agapito. Primero lo esquivó y luego mantuvo un duro enfrentamiento que acabó por erosionarle. Se sumaron nueve partidos sin ganar y, pese al respeto que le procesó siempre la afición, el propietario se encontró con el terreno abonado y la razonable justificación para destituirle demasiado tarde, cuando ya se le habían consentido caprichos y eliminaciones tan dolorosas como la de la UEFA ante el Aris.

A partir de ese instante, el timón se condujo solo hacia el acantilado, hacia la destrucción que ayer tuvo desgraciado punto final ayer en Mallorca. Sin capacidad de aclimatarse para luchar por asuntos menos lustrosos pero de mayor trascendencia que Europa, el objetivo de partida, herido por las lesiones de Matuzalem y Aimar y en manos del vedettismo de la plantilla, aislada de la realidad y desconectada de la nueva misión, el Zaragoza fue despeñándose sin guías fuera y dentro del campo, con un consejo de administración carente de experiencia aunque orgulloso de su elevado nivel cultural en comparación con otros, estúpida pose para nada intelectual.

Pardeza adelantó la puesta en escena de Garitano en una razonable decisión, pero el vasco probó, vio cómo estaba el gallinero y se marchó. Ya no hubo el menor decoro en la toma de decisiones. La llegada de Javier Irureta chirrió por conservadora hasta que Jabo eligió también irse antes de tiempo, acongojado y muy perdido. Por primera vez en la historia se contrató a un cuatro técnicos. Manolo Villanova, despreciado por la dirección deportiva por trasnochado y de feliz retiro en el Huesca acudió al rescate. Se encontró un vestuario roto, un equipo seco física, mental y tácticamente. No pudo reparar lo irreparable.

Es muy probable que la casposa página web no recoja hoy el descenso porque la mayoría habrá huido. Solo quedará la polilla recostada en el sillón de skay, esperando a que alguien la fumigue o la siga dando de comer. O le ponga de presidenta.