El domingo, a las 17.30 horas en los exteriores de La Romareda, comenzó a escribirse el principio del final de la era de Agapito Iglesias al frente del Zaragoza. La enorme concentración de anteayer, de la que no existe ninguna referencia histórica contemporánea por su tremenda magnitud, revivió al zaragocismo con toda su fuerza, con toda la fuerza que ha tenido siempre y que una sensación extendida de impotencia ante los desmanes del presidente había aletargado y prácticamente anulado. El domingo, la afición decidió rebelarse y gritar. Decidió por fin creer que un cambio es posible. Decidió intentarlo. Decidió ponerlo todo de su parte. Decidió protestar como siempre se ha protestado, con aquella extraordinaria y vieja carga romántica, con la desnudez y la sinceridad del sentimiento, con la pureza y la originalidad de este deporte cuando evita el tamiz de la máquina de intercambiar billetes.

La concentración, masiva y multitudinaria, nació con un reto apasionante. Pedir a voz en grito lo que reclama el corazón del zaragocismo en pleno y lo que la razón también demanda: conseguir que Agapito Iglesias venda su paquete mayoritario de acciones, vencer con la fuerza de la palabra a la tiranía de la propiedad.

Lo que el domingo ocurrió fuera y luego dentro de La Romareda, con una pitada estruendosa en el minuto 32 del partido, fue el primer paso de un camino que inevitablemente, a más o menos tardar, desembocará en la salida del empresario soriano de la sociedad anónima. No es que el presidente se haya convertido repentinamente en un ser malvado y perverso, no es que desde hace cuatro días sea el mayor bellaco de la Tierra. Ya era hace mucho tiempo el mayor enemigo del Zaragoza. La verdad siempre ha estado por encima de miradas subjetivas. Y, al final, la verdad ha salido a la superficie. Lo que ha ocurrido de hace nada a esta parte es que la engañosa maniobra con Arenere y los otros tres consejeros ha colmado el vaso de la paciencia de la afición, cansada de soportar maniobras mentirosas, tejemanejes y farsas constantes.

Al trilero le ha fallado esta vez el cálculo y la medida en su maquiavélico y sobado juego. Cruzó definitivamente una raya que ya había traspasado en numerosas ocasiones y con absoluta impunidad. Ahora, irremediablemente, se enfrenta a un escenario sin otra salida que su marcha, sea hoy, sea mañana, sea pasado o sea a corto o medio plazo.

A este futuro escrito se puede llegar solo de tres formas. Que él lo entienda por sí mismo, busque un comprador y venda sus acciones; que alguien con el peso necesario se lo haga entender; o que quien tiene el poder y la capacidad para lograr que Agapito desista de seguir al mando tome cartas en el asunto y le invite con cariño (o sin él) a emprender otro camino. El del hasta nunca.