El último informe de la OCDE sitúa a España en la cola de los países industrializados en fracaso escolar. No estábamos bien, pero ahora estamos, incluso, un poco peor. Un sistema educativo en el que uno de cada tres jóvenes abandona sus estudios antes de concluir la enseñanza obligatoria es un sistema que debe ser revisado. Aunque el proceso de la educación es complejísimo y en él intervienen diversos factores y numerosos actores que no siempre se encierran entre las cuatro paredes de un aula, el informe proporciona un dato elocuente y es que el suspenso en los resultados se corresponde milimétricamente con otro que afecta a la inversión realizada en educación. Ahí también estamos a la cola. Resulta sorprendente que desde el año 95 hasta el año 2003 el dinero público dedicado a la enseñanza haya caído tres décimas, a pesar de una situación económica propicia y de crecimiento. Este problema emerge en el comienzo de un curso marcado por la inmigración, dos cuestiones que, queda demostrado, no se solucionan sólo con leyes: en ambas materias, leyes no han faltado. Y son asuntos muy golosos para alimentar la confrontación política. Como cada nuevo curso político vuelven a lanzarse ofertas de pacto y de consenso. Si hay un asunto de Estado que requeriría del mayor esfuerzo, éste es el de la educación. Afecta a ciudadanos que no votan hoy pero que representan la esperanza de que el futuro sea mejor. Su exclusión de las aulas por un sistema deficiente no es la mejor forma de iniciar ese camino.

Periodista