La entrada libre se acabó en el Salto de Bierge. Harto de las aglomeraciones que se producen los fines de semana del verano, el ayuntamiento estrenó ayer un sistema de control de acceso que limita el aforo a 250 personas.

Sin embargo, no se produjo la habitual masificación. Debido al tiempo extremadamente fresco con que ha empezado julio, según el consistorio, la afluencia fue más bien escasa. Solo 140 visitantes, entre bañistas y barranquistas, pagaron los dos euros que, desde ayer, cuesta entrar a la presa del río Alcanadre. Muy lejos de los 2.500 que lo hicieron el 15 de agosto del 2016, cuando se batió el récord.

«Con 15 grados a las once menos cuarto de la mañana, es normal que no haya mucha gente», comentó el alcalde, Fernando Campo. «Hasta ahora, con un tiempo caluroso, a las 10 ya estaba todo abarrotado», explicó.

Entre los bañistas, pese a que desconocían la novedad, el hecho de tener que pagar se aceptó de forma natural. Solo los residentes en Bierge y sus barrios ven mal que ellos también tengan que abonar la entrada. «Es una buena idea porque deja dinero en el pueblo», manifestó un joven de Cortes de Navarra que había ido con un grupo de amigos. «Lo malo será cuando se llene y los que lleguen después tengan que marcharse sin bañarse», añadió una compañera.

«Quizá así venga menos gente y eso es bueno», dijo Elena, una ucraniana que reside en Barcelona, como la mayor parte de los clientes del Salto de Bierge, que suelen ser inmigrantes afincados en la capital catalana y su área metropolitana.

«Pagar dos euros me da igual», indicó Argenis, un colombiano de Cerdanyola del Vallès. «No parece España, no es como las ciudades saturadas de la costa». Y su compatriota Jonathan opinó que el precio por bañarse «no es caro».

ESPACIO VALLADO // Con la implantación del control de entrada, la mayor novedad es que el Salto está cercado por una valla en todo su perímetro. Solo tiene un acceso, en la margen izquierda, con una caseta nueva en la que se cobra a los usuarios. Un sensor contabiliza cada nuevo ingreso y, en cuanto se alcanza el tope (220 bañistas y 30 barranquistas), la organización prohíbe el paso. Además, se han instalado varios baños químicos para evitar la proliferación de excrementos en un paraje protegido por pertenecer al Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara.

«NUEVA EXPERIENCIA» // «Antes era un verdadero problema», señaló Sergio, que expendía los tiques en la caseta. «Venía muchísima gente que ensuciaba todo, ponía la música a todo volumen y, de vez en cuando, armaba algún follón».

En el estreno no se registraron problemas. Pero nadie se atreve a hacer predicciones sobre lo que pasará más adelante, cuando lleguen los autobuses cargados de turistas y tengan que darse media vuelta porque no queda sitio. De hecho, ayer no se dejó ver ni un solo vehículo de transporte colectivo, solo hubo turismos.

«Esto es una experiencia nueva y no tenemos ni idea de lo que va a pasar», advirtió el alcalde, que estuvo ante la puerta de entrada tan pronto como se abrió, a las 10 de la mañana.

En cualquier caso, nadie quiere que se vuelva a producir lo que sucedió el día del récord, cuando llegaron 28 autobuses y 370 coches que desbordaron el aparcamiento y la estrecha carretera local. «Los autobuses no podían dar la vuelta, porque no hay espacio para maniobrar, y tenían que recorrer varios kilómetros para poder hacerlo», señaló Fernando Campo.

No todo el mundo vio con buenos ojos que el Salto sea un playa fluvial de pago. «Ha habido una familia que, por no abonar los dos euros de entrada, se ha dado media vuelta», dijo José Antonio, un empleado que a las siete de la tarde echó el cierre.