"No hay victimismo, al contrario, los niños que sufren esta experiencia tienden a ocultar los hechos porque les causan dolor", afirma María José Buatas, psicóloga del Instituto Aragonés de la Mujer. Pese a esta ocultación, las imágenes y los textos de la exposición que sobre violencia infantil se realiza en la sede del Gobierno aragonés estos días reflejan un mundo sórdido que afecta a un buen número de familias españolas.

Los textos que explican la historia de cada dibujo ayudan al espectador a acercarse a los sufrimientos de estos menores. Así, una niña de 6 años que estuvo un año encerrada en su domicilio por sus familiares y que ahora sufre claustrofobia, pinta su terror en una casa de dos plantas vista desde fuera.

La exposición recoge los traumas de niños madrileños acogidos por las instituciones de allá tras ser víctimas de violencia física, psicológica o sexual, o todas a la vez, en su ámbito familiar y social. Recorre varias provincias y está organizada por la Federación Española de Asociaciones de Prevención del Maltrato Infantil (FEAPMI).

Llama la atención que la mayoría de los abusos sexuales sufridos por los niños proceden de sus padres o familiares muy cercanos. Son menos los casos en los que los verdugos son vecinos de confianza o compañeros de la escuela.

Los especialistas confiesan que es casi imposible interpretar los cuadros sin conocer la experiencia de sus autores. Sin embargo, a veces, les ayudan a descubrir hechos que los propios niños no confiesan. Una hija de una pareja separada que vive con su padre, quien se preocupa poco por ella, mientras sus dos hermanos residen con la madre, dibuja a aquél como un monstruo e idealiza la figura materna. Otro cuadro representa los brazos y penes que provocan el terror de una niña de 6 años de la que abusaba un vecino a cuyo cargo la dejaba su madre.

"Muchos niños superan estos traumas con el tiempo, pero nunca olvidan. Procuran eliminar el dolor de sus recuerdos y necesitan mucha ayuda", explica Buatas. La psicóloga destaca la "extraordinaria dificultad" que existe para que estos niños saquen a la luz las vejaciones sufridas. "A veces quedan ocultas para siempre y otras las puedes intuir, pero siempre queda la duda de si han ocurrido o no", añade.

Un texto recoge la autobiografía de un adolescente que se inició en el sexo a los "3, 4 o 5 años" de edad, cuando sufrió una agresión por un familiar. Siguieron experiencias con vecinos, escolares mayores que él que le obligaban a felaciones o masturbaciones o actos consentidos con amigos. El menor relata que ahora ya no tiene estas relaciones y que está arrepentido "de la mayor parte, salvo las de ...". La víctima cree en este caso haber superado su historia, que, sin embargo, le ha dejado una personalidad afectada: ve con normalidad unas relaciones traumáticas que le dejaron un poso de afecto.

La exposición denuncia que sólo "el 10% de los casos de violencia infantil en España llegan a conocerse", Sin embargo, Buatas rebaja el índice de los conocidos "al 5%".

Cada cuadro colgado en las paredes de la Sala Hermanos Bayeu, en el Pignatelli, es una historia de horror. Un dibujo que representa a una familia, donde la autora es la más alta y la más bella, y los roles sociales del resto están difuminados y confusos, es la imagen que le queda a una niña de 12 años, producto de la violación de su madre por su abuelo y que ahora vive con la familia de aquélla. Su padrastro es su cuñado y sus hermanastros, sus sobrinos.

En la muestra, también los niños traumatizados se convierten en verdugos. Un menor que sufrió un rosario de vejaciones sexuales de familiares y compañeros de clase confiesa que, a su vez, también abusó de otros escolares más pequeños "para confirmar mi personalidad y sentirme más seguro".