La victoria de Justin Gatlin sobre Usain Bolt en el último hectómetro del jamaicano ha agitado el atletismo. El estadounidense, reincidente por dopaje, se ha convertido en el maldito oficial de este deporte, abandonado a su suerte por sucesos como éste. The Guardian tituló ayer en el papel A final insult, quizás excesivo pero coherente con el sentimiento general.

Por suerte, el Daily Mail se centró más en la fiesta posterior de Usain Bolt en el Soho, acompañado de su novia Kasi Benett. El gran perdedor de la final de 100 metros acabó ganando amigos en el Box Club hasta las 5 de la mañana. Allí proyectó un vídeo a través de Snapchat para dar las gracias a sus fans. «Ha sido una larga carrera. Dejadme que agradezca a los londinenses, a la gente de Jamaica y de todo el mundo su ayuda. Siento no haber podido ganar pero lo intenté con todas mis fuerzas».

Quien no estaba para fiestas era el staff directivo de la IAAF. El máximo mandatario de la Federación Internacional dice que la victoria del estadounidense «no es el escenario ideal para el atletismo». Su derrota pilló por sorpresa hasta a los más pesimistas. Hasta el pasado fin de semana, Usain Bolt solo sabía ganar y con eso contaba todo el mundo, incluidos sus patrocinadores. Anteayer encajó su única derrota importante, invicto como estaba desde 2008, cuando logró en Pekín su primer triple olímpico: oro en 100,200 y 4x100. Supo perder con elegancia. «No te mereces este abucheo», le dijo a Gatlin. «Este tío es rompedor, y su felicitación me ha inspirado profundamente», contó después el nuevo campeón del mundo.

El plusmarquista mundial de la distancia fue el único que reclamó respeto para su rival, demostrando clase hasta en su peor momento. En la rueda de prensa posterior a la final, Bolt volvió de nuevo a pedir respeto para su verdugo, abucheado cada vez que sale a la pista, incluso antes de su victoria. Para evitar de nuevo tan desagradable situación, la organización del Mundial barajó la posibilidad de adelantar la ceremonia de entrega de medallas de los 100 metros. A las 18.50, Coe entregaba las medallas a los tres velocistas: estuvo cálido colgando del cuello de Bolt su bronce, y correcto con el oro de Gatlin.

Hace casi una década y mucho antes de presidir la IAAF, Coe fue un firme defensor de la sanción a perpetuidad tras el segundo positivo de Gatlin, con su expulsión definitiva del atletismo por reincidente. Reclamó, pero no lo logró y ayer tuvo que entregarle el primer premio al nuevo pero indeseado hombre más rápido.

La derrota del favorito reveló en público a un Bolt desconocido. Puede que se consolara en la disco más tarde, pero nunca se había visto al Rayo tan apagado. Excepto cuando cavó la tumba de su amigo, el saltador británico Germaine Manson, muerto en accidente de moto tras una noche de farra en Kingston, el jamaicano ofreció su rostro más triste.

Triste, aunque le duró poco. «Esto no cambia nada», fue lo primero que dijo. «He probado que soy uno de los grandes atletas de la historia. He hecho mi parte. No puedo estar decepcionado por lo que ha ocurrido porque he dado lo mejor de mí». Una periodista preguntó si las marcas de la final, apenas unas centésimas por debajo de los 10 segundos para los tres primeros, se debían al aumento de los controles antidopaje. «¿What?», repitió Bolt, muy contrariado, incluso enfadado por la pregunta. La colega no se amilanó y volvió a insistir. «Todos hemos trabajado duro para estar aquí. Quizás usted también escribiendo sus crónicas».