Agapito Iglesias no pudo ni podrá. Está al margen de cualquier hazaña del Real Zaragoza, desplazado por un entrenador que vino de la mano de otros y de una afición que le repudia aun en la salvación. Solo participa en el oscurantismo que le envuelve, en una sombras contra las que ahora, una vez ganada la batalla de la permanencia, tendrá que seguir luchando la hinchada. La felicidad estalló anoche y aliviará los próximos días después de una temporada reparada a última hora. Este club, sin embargo, no tiene futuro, ni proyecto alguno, ni identidad reconocible.

Después de tres intentos consecutivos y con la herencia de un descenso a sus espaldas en seis años al frente del club, el empresario ha logrado llevar a la institución al abismo más profundo de su historia. En la jornada que cerraba la Liga, el Real Zaragoza, tras ganar al Getafe, continúa siendo equipo de Primera División en manos, todavía, de un personaje que lo ha arruinado económicamente hasta conducirlo a la Ley Concursal y desprestigiado socialmente a todos los niveles. No se trata de un derribo casual, sino de una premeditada inconsciencia personal fraguada en la avaricia, el capricho, el desconocimiento y la soberbia.

El presidente, que ha puesto el club en venta a un precio prohibitivo e incluso desafiante, amenaza con perpetuarse. La paradoja es que Agapito, si un comprador no lo impide, será el hombre sobre cuyos hombros recaiga la responsabilidad del renacimiento del Zaragoza siendo precisamente el cáncer que lo ha consumido con su perversa hoja de ruta. El porvenir, por lo tanto, causa tanto impacto como el logro del Coliseum.

Anoche se iluminó el zaragocismo porque él solito prendió la llama para evitar la que pudo ser la noche más cerrada de todas en la era Agapito, sin duda de la leyenda del Real Zaragoza. El soriano se presentó en sociedad para que el equipo fuera algo más en la Liga y en este periodo lo ha descapitalizado con su voraz egocentrismo. Ocho entrenadores y un ejército de jugadores yacen a sus pies, el último Lafita. Operaciones

ambiguas, intermediarios contaminados, amistades tóxicas y una serie de gestiones que supustamente ligan sus intereses financieros con los de la entidad, le han situado en lo más alto del podio de la antipatía popular.

Las manifestaciones pidiendo su salida, la institucionalización de la Agapitada y los diferentes movimientos puestos en marcha para hallar razones legales que provoquen su inhabiltación, no han tenido éxito. No se han hallado motivos de falta. Una cirugía a fondo sobre la figura desconcertante de este personaje lo aleja del insignificante testaferro del grupúsculo socialista que colabró en su llegada y le sitúa dentro un blindaje tentacular de sociedades -alguna mediática- con las que tiene fuertes alianzas y que le protegen sin rubor.

La gente del Real Zaragoza, risueña por el éxito, no puede permitirse morir por esta dulce migaja de espejismo victorioso. Resueltala permanencia con el Sí, se puede, le espera la guerra terrible e inacabada del Agapito vete ya.