-¿Aún le duele la rodilla?

-No, pero me recuerda que está ahí. Tuve cinco operaciones y, lógicamente, no es una rodilla normal. Me he acostumbrado, pero cuando sea abuelito tendré artrosis, artritis y todas las molestias propias de la edad, pero yo de manera anticipada.

-¿Ha pensado en cómo habría sido su carrera sin las lesiones?

-Sí. La operación de cruzados del año 87 me condicionó. Estuve jugando hasta la 93-94, pero me notaba la pierna diferente. Perdí estabilidad, flexibilidad, y aquello me cambió un poco incluso la manera de correr, de jugar. Hubo un antes y un después de aquella lesión. Evidentemente, seguí jugando, pero ya no me volví a sentir con la plenitud de mi primera temporada, cuando ganamos la Copa del 86.

-Abandonó el fútbol justo cuando estaba naciendo un Zaragoza inolvidable. ¿Eso también duele?

-Sí. Ese año se ganó la Copa y al siguiente la Recopa. Me hubiera gustado vivirlo, claro está. No tanto por el ego, sino por haber podido disfrutar con aquellos jugadores a los que admiraba y quería, y porque fue un momento de la historia muy bonito.

-¿Se acuerda la alegría que transmitía el equipo y cómo lo sentía la ciudad?

-Fue algo especial. Es el último momento glorioso de verdad. Se han vivido otros buenos, como la Copa del 2001 en Sevilla, que estaba yo de técnico con Costa, o la del 2004 en Montjuic. Pero la trascendencia que da la competición europea y tener un rival con solera como el Arsenal quizá supuso el punto álgido de la historia más reciente del Zaragoza.

-¿También influyó la forma de jugar, el estilo con el que se ganó?

-Claro. No solo fue un título. Fue la culminación de una idea futbolística que estaba al nivel estético del Barcelona del dream team.

-Guardiola se ha referido muchas veces a ese Zaragoza de Víctor Fernández, al cambio que supuso para el fútbol en general.

-Porque Pep es un enamorado del juego de posesión y posición, del fútbol combinativo. Y aquel Zaragoza se caracterizaba por eso, por querer el balón, por jugarlo desde atrás, hacerlo a pocos toques y tener un juego colectivo. No se trasladaba el balón, era el balón el que corría. Entonces ya se hablaba mucho del fútbol de músculo, pero el Zaragoza jugó la final contra un equipo inglés con tres delanteros y solo tres centrocampistas, que eran Aragón, Nayim y Poyet. Eso lo dice todo. En fin, se llevó hasta las últimas consecuencias la idea y así se logró el éxito.

-Se perdió esas finales, pero había jugado otras dos, ante el Barça en el 86 y ante el Madrid en el 93. ¿Cómo las recuerda?

-La del Barça fue un poco sorpresa para todos, incluso para nosotros. Hicimos una segunda vuelta espectacular y quedamos cuartos en la Liga, lo que ahora sería Champions, y tuvimos que eliminar al Madrid en semifinales. Aun así, llegábamos un poco de tapados ante un Barça que iba a jugar la final de la Copa de Europa una semana después.

-¿Es el mejor día de su carrera?

-Es el momento que recuerdo con más cariño. Mis recuerdos de esa final son más personales que deportivos. Me costaría mucho nombrar cosas del partido, pero podría detallar con exactitud lo que vivimos desde que salimos de Madrid con el autocar. Era la antigua Nacional II y desde que entramos en Aragón la gente estaba en la calle en todos los pueblos. En Calatayud cerraron el paseo para que el autobús se parara. No fue una cosa solo de Zaragoza capital, sino que todo Aragón se sintió identificado con aquel equipo. Posiblemente no se ha recordado ese título como se merecía.

-¿Y la del 93?

-Fue mi último partido oficial con el Zaragoza, aunque en aquel momento no lo sabía. Fue una final rara a la que llegamos muy tocados. De hecho, yo jugué infiltrado y no aguanté todo el partido. Pardeza no podía jugar, Darío Franco se había ido a jugar la Copa América, Aurelio Gay y Esteban también jugaron infiltrados. Y alguno más faltaba (Brehme ya se había ido, Aragón y Nayim acababan de llegar y no estaban inscritos en el torneo). Si hubiéramos llegado todos en buenas condiciones, esa final la ganamos.

-De hecho, pudieron ganarla.

-Sí. El Madrid venía del drama de perder la Liga en Tenerife y tuvimos un arbitraje del señor Urío Velázquez que nos condicionó. Pero, bueno, perdimos y ese fue mi último partido oficial. En la pretemporada siguiente me lesioné en un amistoso contra el Huesca en El Alcoraz y ya no me pude volver a poner la camiseta del Zaragoza. Fui el capitán esa final y con ese recuerdo me quedo.

-¿Considera al Zaragoza el equipo de su vida?

-Sí. Aquí pasé 19 años de mi vida de forma consecutiva, más el tiempo que estuve después con Víctor Fernández en las dos primeras temporadas de Agapito. Me formé como futbolista y me hice adulto. Además, conocí a mi mujer y mis dos hijos son mañicos. Por lo tanto, Zaragoza y Aragón configuran la parte más importante de mi vida.

-Llegó a Zaragoza con 19 años. ¿Se acuerda cómo fue el fichaje?

-Sí. Fue una cosa rara. El secretario técnico del Girona, Xavi Agustí, me dijo un día que habían llamado del Zaragoza y recuerdo que me llevó a Barcelona, al despacho de Minguella, para preparar un viaje a Zaragoza. Vine, me hicieron un planteamiento de contrato para jugar en el filial y acepté. Cuando yo llegué ya había jugado 25 veces con la selección española juvenil, en el Europeo, el Mundial sub-20 de Australia, había debutado con la sub-21... El que más influyó en mi fichaje fue Luis Costa, que lo había tenido de entrenador en el Girona. Fue clave en mi trayectoria en el Zaragoza.

-¿Cómo recuerda el club?

-El Zaragoza era considerado un grande en España, y eso se notaba cuando jugabas en sitios como Sevilla, en Bilbao... Había como una sensación diferente cuando iba el Zaragoza. La gente sabía que llegaba un buen equipo y siempre había grandes entradas. Veías que ese club tenía un aura especial. Y de puertas adentro era un club humilde. Cuando ibas al club, parecía que ibas a ver a tu familia. Te daban mucho cariño y no había ningún tipo de estatus social.

-¿Ha visto cómo se ha perdido el aura?

-Sí, lamentablemente. El Zaragoza que yo conocí no es el de estos últimos años. No es su estado natural estar en Segunda, pero me refiero más al apartado institucional y a lo social. Era un club querido, admirado, referente en muchos sentidos. Y ya no. No es el Zaragoza que yo conocí.

-Jugó siempre en el centro de la defensa excepto con Antic, que lo situó de mediocentro.

-Dos años. Y me lo pasé muy bien. Al principio pensé: «Este hombre ha tenido un sueño, no sé qué habrá visto en mí». Yo tenía grandes dudas, incluso le preguntaba si estaba seguro. Pero él tenía claro que debía jugar de pivote defensivo y liberar a Señor. Tenía que trabajar mucho tácticamente, pero daba ese punto de equilibrio y me divertí muchísimo.

-El 13 de febrero de 1993 salió a despedirse de La Romareda antes del 6-3 al Barcelona. ¿Había elegido ese día?

-Si supiera que yo fui el responsable de aquel 6-3, me ofrecería cada domingo a La Romareda (risas). Ya era oficial que me había retirado y me dejaron elegir una fecha en la que me sintiera a gusto para decir adiós. Yo estaba nervioso porque siempre me he considerado un jugador de equipo, no una estrella como tantas que ha habido que aglutinan su atención. Pero ese día, durante unos minutos, fui el centro de atención de una Romareda llena, con mi equipo y el mejor equipo del momento haciéndome el pasillo. Me sentí muy extraño, nada cómodo, con una mezcla de alegría y emoción.

-Además de la final del 86, ¿tiene algún otro partido marcado?

-La promoción, sin duda. Fue el partido más importante que yo jugué, por encima de las finales, de la Recopa, de la UEFA... Nos sentíamos responsables de que el equipo permaneciera y fue como una catarsis general. Yo creo que ese día entraron en La Romareda 50.000 personas. Vino mi hermano a ver el partido y me contaba que no había huecos ni en las escaleras. Hoy no sería posible eso, por los controles que hay en los accesos. Durante la semana, la gente te paraba por la calle y te decía: «Hace diez años que no voy a La Romareda, pero el domingo no fallaré».

-¿Fue una victoria de la grada?

-Sí. Salimos nosotros primero y la afición enloqueció. Cuando salió el Murcia, fue increíble. No había visto en La Romareda una cosa igual, semejante bronca, una pitada abrumadora. Era una olla a presión de verdad. Entonces me fijé en los jugadores del Murcia que iban todos con la cabeza abajo. En ese momento les dije a mis compañeros: «Ganamos hoy, fijo». Yo creo que ganamos por el público, porque psicológicamente no llegábamos bien. Lo que podía haber sido un exceso de responsabilidad, se convirtió en lo contrario. En vez del 100% dimos el 200%.

-¿Podría poner eso en presente? Se habla mucho de la presión que sienten ahora los jugadores.

-Es una cuestión de personalidad más que de responsabilidad. Yo he estado en La Romareda en los últimos años y la gente ha cambiado. Ahora se anima incluso aunque el equipo no juegue bien. Pero yo he conocido La Romareda de equipos competitivos, de éxitos, y era un estadio muy exigente con su equipo. Cuando estás, piensas que son muy duros. Cuando te has retirado y miras con perspectiva, te das cuenta de que cuando el Zaragoza ha tenido jugadores con personalidad, esa exigencia le ha venido muy bien. Porque te aprietan y eso te obliga a estar a tope. Pero tienes que tener jugadores de personalidad, capaces de entender que la afición es capaz de hacerse cientos de kilómetros para apoyarte, pero que también es exigente. Claro que si no tienes jugadores de personalidad, eso es una bomba de relojería. Normalmente, el equipo se amedranta y da un 70% de lo que puede dar.

-¿Puede ser eso lo que le ocurre ahora al equipo?

-No lo sé, desconozco la personalidad de esta plantilla. Hab l o d e m a n e r a genérica. La Romareda es una plaza difícil, pero tamb i é n una p l a z a grande. Si toreas bien aquí, quiere decir que tienes nivel futbolístico. Yo he tenido compañeros que les daba igual que les pitaran, e l l o s p e d í a n e l balón. Esa combinación en positivo es muy buena. En negativo cambia. El club tiene que explicar bien cuál es la realidad ahora y encontrar el equilibrio. Si no lo encuentras, solo creas frustraciones y entras en una espiral. Si el equipo no tiene experiencia, además, le puede afectar.

-En los hipotéticos playoffs, además, hará falta ese factor Murcia.

-La Romareda es una bombonera, un campo metido hacia abajo, y cuando ruge se nota mucho en el campo. Yo he estado dentro y se nota, mucho más que en el Camp Nou o en el Bernabéu. Ese factor puede pesar, ayudar mucho en un playoff.

-¿En ese caso no sería una atmósfera de presión de responsabilidad?

-Yo creo que al contrario. En un playoff, la gente se va a agarrar a una última posibilidad durante 90 minutos. Pongamos que te metes sexto y te toca contra el tercero, que cuatro días antes se ha quedado sin ascenso directo. Metes 35.000 personas ante un equipo que viene de cagarla y le ganas 2-0. ¡Y a ver si te remontan! Bueno, vamos a ver primero si llegamos al playoff.

-¿Tenía pensado ser entrenador cuando se tuvo que retirar?

-No. Me había sacado el primer nivel y el segundo, pero no tenía un plan concreto. No tuve mucho tiempo para pensar. A finales de mayo me llamó Víctor Fernández para ver si quería coger el juvenil de Liga Nacional y ahí empezó todo. O sea, fuera del Zaragoza estuve dos meses.

-Vivió la primera época de Agapito en el Zaragoza. ¿Cómo fue?

-Eran momentos todavía buenos. Nos clasificamos para la UEFA y había una gran plantilla. Los recuerdos son fantásticos de ese primer año, con mucha ilusión. El segundo año todo cambió. En septiembre el feeling de Víctor con Agapito ya no era bueno y en enero, aunque el equipo estaba entre los diez primeros, nos echaron. Ese fue el primer aviso de que las decisiones que se tomaban deportivamente eran cuestionables. -¿Tiene proyectos en la cabeza? ±No. Estoy esperando.

-¿Ha pensado alguna vez en volver al Zaragoza?

-El Zaragoza es mi casa, pero no soy una persona que vaya vendiéndose. Para mí el Zaragoza es una parte de mi vida, es más que un club. Para mucha gente es el escudo del león y una camiseta atractiva. Esa camiseta y ese escudo yo los veo como mi casa, y a todos en algún momento de nuestra vida nos gustaría volver a casa. ¿Eso se puede dar en el futuro? Como no depende de mí, no voy a perder tiempo hablando de eso. Yo tengo ya 51 años y empecé en el fútbol con 16. He ido acumulando experiencias en diferentes facetas, los últimos años en la gestión deportiva de un club grande como el Barcelona. Cualquier cosa que el Zaragoza necesite, sabe que puede contar conmigo. No lo digo para que me ofrezcan un puesto de trabajo, ni mucho menos, sino desde un punto de vista personal.