El Real Zaragoza de Agapito Iglesias --es importante acentuar este matiz diferenciador-- no tuvo tiempo de desangrarse frente al Real Madrid porque por sus venas no hay una sola gota de combustible. Empezó la Liga contra uno de los dos peores rivales posibles, pero salió de fábrica roto, sin una sola pieza comprada o alquilada que garantice su permanencia en Primera División. Es cierto que el conjunto de Mourinho no es el mejor perito para pasar un prematuro control de calidad. Aun así, no se puede mirar hacia otro lado porque lo que ocurrió anoche en La Romareda --para algunos vergonzoso y para otros un duro accidente del que es posible reponerse-- contiene un buen número de verdades. El 0-6 fue una losa, si bien pesó mucho más el vacío absoluto que transmitió un Zaragoza raquítico hasta en los fundamentos más básicos del fútbol: física y técnicamente estuvo a la altura de una categoría Regional, no de uno de los torneos más valorados del mundo.

El control administrativo sobre el gasto no es una excusa porque otros clubs se han acogido bajo ese paraguas y han sabido disimular con mayor decoro las goteras de una economía empobrecida. Agapito Iglesias ha adquirido con diferentes fórmulas diez jugadores, dos de los cuales, Juan Carlos y Micael, no pudieron ir ayer convocados por un lamentable episodio con sus transfers, que no llegaron a tiempo sin que nadie se haya molestado en explicar el porqué. El poderoso representante Jorge Mendes, no pocas veces investigado por la policía judicial de su país y aliado en los últimos tiempos de Agapito, anda por medio de este par de operaciones.

Disparate

La Ley Concursal todavía en vigor es un disparate. A los administradores judiciales habría que sumar un cuerpo técnico cualificado para aprobar o supervisar lo que se ficha, pero está muy mal visto y se considera una intromisión. Si esa competencia recae, como está sucediendo, sobre la misma o mismas personas que han provocado la ruina del club, el resultado salta a la vista para escarnio general y sonrojo particular. El bucle no tendrá fin, y si lo tiene, apunta en dirección a la tragedia. Anoche quizás asistimos al prólogo.

El Real Madrid lució su musculatura en el gimnasio de La Romareda. Poco mérito el suyo pese a que durante la semana le lloverán admiraciones. Cualquier mecánico hubiera aconsejado que se anulara la carrera por el desequilibrio mecánico entre los vehículos. Pero había que disputar el encuentro, y en ese duelo de ciclópeas diferencias, el Real Zaragoza de Agapito Iglesias quedó al descubierto, mucho más que en su mediocre gira por Inglaterra. No hay nada en el equipo, nada.

Menos guasa

Aguirre se quedó sin palabras y explicaciones en la rueda de prensa tras la paliza. Tampoco las encontrará hoy si las busca en esa pose guasona que se gasta en el infortunio y que es bastante improcedente salvo que no se quiera discutir con el dueño. Carece de equipo y el trabajo sobre un molde tan inconsistente no le asegura nada. Le han traído chicos de Segunda con aspiraciones pero nulo rodaje en la élite, casos de Abraham, Juan Carlos, Oriol, Mateos o Zuculini, y ha avalado y peleado por dos compatriotas de clase media: Juárez está pasando un martirio de lateral y Barrera tendrá que demostrar que es más que un gallo de pelea.

La defensa chirría por todas las bisagras, en el centro del campo no hay una sola luz a la espera de si Micael trae por lo menos una bombilla y arriba se juega sin delantero, lo que es una temeridad si no un suicidio. Aguirre animó a la gente, previsor de lo que se avecinaba, para que se tomara el encuentro contra el campeón de Copa, "como si fuera una fiesta de cierre de pretemporada". Se le atragantó el confeti al mexicano, que pidió perdón al público por la humillación.

Una cosa es comprender lo ocurrido y otra bien distinta ser condescendiente porque 'ésta no es nuestra Liga', latiguillo venenoso. A tres días del cierre del mercado, el Zaragoza, roto al nacer, necesita que lo reparen por completo y le pongan motor.

Twitter de Alfonso Hernández