No parecía la misma persona con esa sonrisa de chaval repeinado que acaba de hacer la primera comunión. Quizá le faltaba el traje de marinerito. Unos minutos antes parecía un corsario despiadado, con el cuchillo de la venganza entre los dientes, encaramado en lo alto de una mesa, enseñando el escudo del CAI, refregando en la cara a toda Murcia que los que habían ganado eran ellos. Una actitud injustificada y antideportiva, una provocación contestada con una lluvia inaceptable de latas de cerveza, botellas de agua, bolsas de pipas, de lo que pillaba cerca, que cayó sobre la pista e impactó a jugadores, periodistas, fotógrafos... Una locura. "No ha pasado nada. Ha sido la tensión del momento. Lo estábamos celebrando y ellos se han puesto bravos", comentaba con el pulso sereno Luca, disculpándose por si a alguien le había caído algo sobre la cabeza.

La celebración de la victoria fue una lástima e inaceptable para el honor del CAI. Nada más agotarse la angustia con el último segundo, los jugadores quisieron dedicar la victoria a los aficionados aragoneses. En ese momento, Farmer y Vebobe se encararon con la grada local, mostrando la camiseta a un auditorio mosqueado y algunos jugadores del Murcia saltaron a por ellos. Se produjo un tumulto, una tangana que casi llega a las manos. Vebobe se zafó de la reyerta y se subió a la mesa donde estaban apostados los periodistas, a un metro de la primera línea de butacas. Farmer le secundó y empezó la movida. Fueron unos segundos vergonzosos. "Se ha desbordado la alegría y la tensión", apuntó Angulo.

El vestuario de la alegría

La plantilla del CAI tuvo que salir a la carrera mientras caía una tromba de objetos e insultos que les impactaron hasta el túnel de vestuarios. La seguridad del pabellón paró a los que saltaron a la pista. La imagen era bochornosa.

Minutos más tarde la alegría salía a llamaradas del vestuario del CAI. Los nervios se quedaron en las duchas. Cánticos rapeados en inglés, aullidos de felicidad, gritos de guerra, abrazos de liberación servían de tranquilizante. "Ha habido un exceso de testosterona. Estamos sacando toda la tensión", narraba Angulo. Fue un desfile de entusiasmo, el lado bonito de la película.

La expedición, radiante de euforia, tuvo que salir escoltada por la policía y con el autobús empotrado en una de las salidas del pabellón, para evitar incidentes. La noche de Murcia ardía.