Tendrán que pasar unos cuantos días para saber por dónde se va a empezar a trazar el próximo Real Zaragoza, el que tendrá que pelear durante un año para tratar de recuperar cierto decoro y ganarse el retorno --honesto, se supone y se espera-- a la Liga de los mejores. Otra cosa será recobrar el prestigio y el cariño que tuvo durante el medio siglo que precedió a la destrucción llevada a cabo por Agapito Iglesias. Tiene difícil reconstrucción en este periodo de cisma, con el desapego evidente de muchos fieles y el abandono que se intuye. Las voces salidas desde el club y el vestuario tampoco ayudan a pensar en un giro positivo y radical. Las primeras palabras que ha oído la afición no han caído bien. Algunos incluso califican de vergonzoso que Fernando Molinos asegurase públicamente tras el descenso que no abandonaría el club "si no hay motivos justificados". Tampoco se entiende que Manolo Jiménez no haya dimitido ya.

No es poca cosa, mucho más esta vez en que la gente, antes de renovar sus abonos, va a estar muy pendiente de quiénes le representarán. La verdad está afuera, donde hay una mezcla de desencanto y odio en el comportamiento de la afición que avisa de que el futuro es muy oscuro Pocos son los que hoy en día son capaces de asegurar que volverán a su localidad de La Romareda tras el verano. Al revés, la decepción y el hastío han llevado a muchos a afirmar que esta ha sido su última temporada como abonado del club aragonés, al menos mientras Agapito Iglesias mantenga el mando real.

El soriano no da la cara desde hace meses en La Romareda. Incluso así, ausente, empieza a ganar la guerra. La batalla del sábado en La Romareda la dan por perdida muchos de los zaragocistas de bien que acudieron al estadio. El hartazgo y el asco han generado un clima de indiferencia inexistente hasta ahora que se entiende como el fracaso del zaragocismo activo, como bien reconocen algunos de los promotores de la concentración del pasado sábado ante el club. Se esperaba una contestación enérgica, pero allí solo acudieron unas mil personas para protestar contra Agapito. "Fue muy decepcionante ver tan poca gente", admite Iván Andrés, portavoz del Movimiento Avispa, uno de los grupos más dinámicos en la lucha contra Agapito y la restauración de un Zaragoza más naturalizado y digno.

El descenso y la certeza de muchos aficionados de que no hay manera de acabar con Agapito ha destruido moralmente a algunos de aquellos que la semana pasada hablaban de reuniones futuras, de acudir a la DGA u organizar manifestaciones en la calle. "No quedan ganas de seguir batallando. A la gente se lo pusimos a huevo, solo tenían que pasar por allí media hora antes de empezar el partido y no lo hicieron. Tampoco es que dentro del estadio se protestara demasiado", dice Andrés, que espera recuperar el ánimo los próximos días e intuye pocos abonados para la próxima campaña. "Con mi dinero, desde luego, que no cuente".