Fue una noche perfecta, la soñada, con la afición entregada y con una clara goleada que es un salto hacia la permanencia por todo lo que implica. Y es que el Real Zaragoza destrozó al Valencia en un partido en el que el rendimiento colectivo rayó la perfección. Fue un festín de órdago, una orgía de sensaciones para una afición que disfruto de lo lindo con su equipo, superior desde el primer minuto a un rival golpeado por su eliminación en Champions y que no dio señales de vida en La Romareda. Pero no las ofreció, ante todo, porque se encontró con un Zaragoza gigantesco, enorme en todas sus líneas y que ganó en todos los duelos a un enemigo, que, no se olvide, es el tercero de la Liga y ha logrado 26 puntos y 8 victorias fuera.

El paso hacia la salvación es tremendo. No solo por los tres puntos, por acostarse a cuatro de la línea de salvación, lo que iguala su mejor renta del curso. No solo por ganar por fin un partido con comodidad, con una renta amplia después de que todas las victorias hubieran sido sufridas. El valor, sobre todo, es anímico, un torrente de confianza para las diez jornadas que restan, donde al equipo aún le queda por sumar, todavía tiene que lograr al menos tres triunfos más, pero a este nivel de seguridad y de esfuerzo colectivo la continuidad en la elite será una realidad.

La Romareda, en su mejor entrada del curso y con el homenaje a Galletti como delicioso aperitivo, disfrutó y se entregó a un equipo que ha encontrado al calor del hogar su bastión para la permanencia. La afición cree en los suyos y en Javier Aguirre, pero no en Agapito Iglesias. Algo que también quedó claro, por mucha fiesta que hubiera. Ander, Bertolo, el aclamado Gabi, Ponzio, Jarosik... El partido tuvo muchos protagonistas, pero sobre todos sobresalió el trabajo grupal, un bloque homogéneo que ahogó al Valencia en el medio con una disposición táctica casi perfecta.

UNA MANO SABIA Ahí, por cierto, el mérito indudable es de Javier Aguirre, que va camino de firmar la permanencia con un Zaragoza al que cogió muerto en noviembre y al que ha elevado el nivel competitivo para situarlo lleno de vida en el tramo decisivo de la Liga. Como para dudar de la mano del Vasco en este equipo...

Aguirre, que de salida apostó por Jorge López en la banda derecha y por Paredes para ser la sombra de Joaquín, se encontró con el inicio soñado. El Valencia salió con muchos cambios en el once, pero con la cabeza puesta en Gelsenkirchen, en el Schalke 04, y la diferencia no tardó en plasmarse. Un saque de falta del Jabalí permitió que Jarosik rematara a placer, pusiera el primer gol y diera alas a un Zaragoza que tenía la colocación, la intensidad y la garra de las mejores noche. Y, además, desde el pitido inicial.

El partido solo tuvo color zaragocista. De principio a fin. Dejó en nada a un Valencia que nunca se sintió cómodo porque la medular fue coto privado de Gabi, Ander y Ponzio, porque Jorge López dio la pausa y Bertolo destrozó a Bruno. La firmeza atrás y las gotas de talento de un Uche al que todavía le falta velocidad, pero le sobra fútbol, completaron un Zaragoza que elevó sus prestaciones muy por encima de lo que había ofrecido en esta Liga. El equipo viene de crecida en las últimas citas y ante el Valencia explotó para regocijo de su gente.

Uche y Bertolo pudieron ampliar la renta en los minutos iniciales, donde Emery se destrozaba la garganta y buscó más salida de balón con la entrada de Banega por Ricardo Costa pasada la media hora. ¡Cómo lo vería el técnico del Valencia! El Zaragoza le tapaba los flancos y le desbordaba en la medular y el cambio no surtió efecto. Así, en el 40, Uche dejó un detalle genial y a Ander solo ante Guaita. El canterano lo batió por bajo, con un recurso lleno de calidad y talento.

El marcador se quedó corto al descanso, pero fue cuestión de tiempo. El Valencia, con la entrada de Mata en la segunda parte, quiso dominar, arrinconar al Zaragoza, pero ni por ésas. Bertolo le ganó a Bruno y Stankevicius y provocó el penalti y la roja para el lituano. Gabi firmó el tercero y también el cuarto, después de que Albelda cometiera pena máxima sobre Braulio. Era ya el momento para la fiesta, para el delirio de una afición que merecía una noche así. Y, creánlo, fue perfecta.