Se oyó la palabra dimisión como tono de despedida de un buen grupo de aficionados antes de que desfilara el CAI tras un espantoso partido. Bastaría el sustantivo para resumir el baloncesto que puso ayer el equipo de Ruiz Lorente. Habría que acompañarlo de tristeza, no la referida a la aflicción propia de la derrota, sino la que transmite el equipo. Y también de inspiración, la que se fue.

Anda tan desconsolado el conjunto aragonés que ayer soltó uno de esos despropósitos que no se recuerdan. Con una extraña amargura, sin duda. Atribulados todos, del primero al último, con un público pasmado que tampoco creyó. No mereció, sea dicho, la fe de los suyos el CAI, que entregó el partido ante un rival que a más de uno le pareció una banda de siete jugadores. Bien lo pareció en los primeros tres cuartos. Dejémoslo en equipito apañado, si se quiere.

Sin ayudas --las del cuadro local, se entiende--, en ningún caso habría ganado ayer en Zaragoza. Al CAI le hacía falta poco para ganar el partido. Ni eso dio. ¿Cuestión de actitud? Ruiz Lorente dice que no. Habrá que creerle. Sí puede ser cuestión de personalidad, desde luego. No es un grupo de gran temperamento en general el que maneja, y ese aspecto le hace más frágil cuando llegan los primeros reveses en tardes en que las musas han pasao de ti.

Habló el entrenador luego de esa misteriosa nostalgia, pero no supo explicar el porqué. "Estamos cabizbajos, como desangelados". No expuso el motivo, o no debe revelarlo. Si acaso lo halló en el devenir propio de cada temporada, en los altibajos del curso. Pronto se verá.

Hay extrañeza, algo lógico. El CAI está vivo en todas las competiciones, aún. Camina dentro de los objetivos estivales planteados, le queda todo por mostrar, por jugar, por hacer. Pero está atrapado. Los rostros, los gestos, ese lenguaje corporal que tanto dice de un deportista, muestra un equipo afligido, derrotado, al que le pesa el balón y el alma. Es un problema que va para problemón tras sumar una sola victoria en los últimos cinco partidos. Fue ante el Baskonia, uno de los peores equipos de la ACB.

Ayer se fue en medio de una pitada después de que se gritara aquello de la dimisión. Aunque no hubo señalado, se supone hacia quién iban los gritos. Su equipo no ataca bien, defiende mal y ha perdido el karma en el lanzamiento. Más allá, no transmite ni la energía venida del pasado ni la temperatura propia de un partido de nivel europeo. No hay fe ni carácter, ni pasión por el oficio. Son días duros para el CAI y su afición, que entre el cabreo y el desconsuelo le soltó a Culpepper la ovación del partido después de un mate a unos segundos del final. Cosas que tiene la indignación. Y la tristeza.