-¿Cómo recuerda su llegada a Zaragoza en octubre de 1973?

-Mi compromiso con el Real Zaragoza se confirmó cuando yo estaba jugando las eliminatorias para el Mundial de Alemania (cuentan que Avelino Chaves, entonces secretario técnico, lo sacó de la concentración para birlárselo al Atlético). Cuando fuimos eliminados por Argentina, yo viajé a España para incorporarme al club. Me costó un poquito la adaptación porque el trabajo y el fútbol era totalmente distinto. La Liga española, además, era muy competitiva y había grandes jugadores, no solo nacionales sino de otros lugares de Europa y de Sudamérica. En esa época los mejores futbolistas sudamericanos jugaban en España.

-Tuvo algún problema de adaptación en sus primeros partidos. Llegó con la Liga empezada, debutó en la octava jornada y no marcó hasta la decimotercera, dos goles al Oviedo.

-Me costó al principio, sí. Pero enseguida me di cuenta de que debía hacerlo cuanto antes. Tenía un contrato que cumplir y lo conseguí con mis compañeros, que me ayudaron muchísimo. Eso fue muy importante para mí. Y no solo mis compañeros, los españoles y los extranjeros, sino también los dirigentes.

-La afición zaragocista lo idolatró desde muy pronto.

-Sí. También recibí su respaldo cuando incluso se llegó a publicar en los periódicos que el Zaragoza se había equivocado al contratarme. Todo eso lo superé gracias a mi personalidad, con humildad y trabajo. En pocas fechas empecé a demostrar quién era Nino Arrúa.

-¿Cómo era aquella plantilla de los Zaraguayos?

-El plantel con el que tuve la suerte de jugar estaba lleno de grandísimos jugadores y de grandes personas. Estábamos muy unidos. Era un plantel humilde, que le gustaba jugar al fútbol, que quería dar satisfacción a la afición del Zaragoza. Éramos como una familia, como hermanos. Había mucho respeto en ese equipo. Hasta ahora, aún hoy en día, seguimos en contacto. Siempre estamos llamándonos o escribiéndonos para saber cómo estamos.

-Así que no olvida Zaragoza.

-Nunca. En Paraguay estamos al día de lo que ocurre en el fútbol español y, sobre todo, en el Zaragoza. Sé que desde hace unos años está en la misma situación y no hace mucho que estuve por ahí (en marzo del 2010). Muchos paraguayos han pasado por el Zaragoza y es un equipo muy querido en mi país. Muchos me preguntan cómo es España, cómo es la gente, cómo se vive. Eso me sirve para recordar la buena gente que conocí. Agradeceré siempre el trato que me dieron en esa ciudad, le tengo mucho respeto al Zaragoza y a su afición, que siempre me recuerda. Ese agradecimiento y ese aprecio es algo que no va a terminar nunca.

-¿Cómo era Nino Arrúa?

-En primer lugar intentaba estar bien físicamente. Era un jugador que me divertía jugando, siempre dentro de una disciplina. Mi fútbol era muy práctico. En esa época el Zaragoza era un señor equipo, no había nadie que sobresaliese especialmente. Era un centrocampista que preparaba las jugadas y también con mucha llegada al área. Nosotros jugábamos de memoria. Cuando recibía un balón un compañero ya sabíamos qué jugada iba a hacer. Yo era un jugador de medio campo hacia delante, que llegaba al área para dar el pase o para culminar con rapidez o inteligencia las jugadas preparadas por los compañeros.

-¿Cómo recuerda el 6-1 al Real Madrid de 1975?

-Sinceramente, ese partido es inolvidable. Ese año el Real de Madrid había salido campeón con grandes jugadores. Era uno de los mejores de España. Ellos salieron campeones y nosotros fuimos subcampeones. Esa tarde quedó grabada para siempre, pero ese equipo del Real Zaragoza era siempre muy respetado por todos, muy, muy respetado.

-En casa eran intratatables...

-Éramos imbatibles, con buen rendimiento y buenos resultados. Todos los que en esa época iban a nuestro estadio llegaban ya sabiendo más o menos lo que les iba a pasar. Y nosotros jugábamos con esa confianza de que íbamos a ganar todos los partidos (estuvieron dos años y medio sin perder en La Romareda).

-¿Cómo lo hacían?

-Primero, jugando a fútbol. Si no juegas a fútbol es difícil ganar. Y nostros tratábamos lo primero de hacerlo mejor que el adversario. Jugando de locales casi no perdimos. Por eso teníamos la confianza de todo el mundo. Se respiraba tranquilidad, fundamental para lograr esos resultados y para que hoy en día nos sigan recordando.

-García Castany, héroe con tres goles aquella tarde del 6-1, dijo recientemente que Nino Arrúa era el mejor futbolista con el que había jugado jamás.

-Agradezco de corazón a ese gran jugador sus palabras. Me acuerdo de él, de Villanova, de Rico, de Manolo González o de Violeta, que era nuestro papá y no solo por la edad sino como futbolista de jerarquía y como persona... También de Cacho Blanco, de Planas, de Rubial, de Felipe Santiago Ocampos, de Carlos Lobo Diarte, de Soto... de muchos. Agradezco las palabras de García Castany y le digo que gracias a su ayuda y a la de gente como él me salieron las cosas bien en Zaragoza. A veces cuando uno sale de un equipo se olvida de la gente. En el caso de este grupo nunca vamos a olvidarnos. Nunca me olvidaré de ellos. Desde que llegué me recibieron como una familia.

-No solo fue futbolista, ídolo y símbolo. Incluso recomendó fichajes, y uno muy bueno.

-Me acuerdo de la confianza que me tenían el presidente Zalba y el secretario técnico, mi amigo Avelino Chaves. En Paraguay había un jugador que tenía muy buena pinta y yo les informé. Ellos hablaron con la gente de Olimpia y contrataron al Lobo Diarte. Hizo grandes cosas para el Zaragoza. No me equivoqué. El amigo, el hermano, nos dejó y está esperándonos arriba. Lo sentimos mucho cuando falleció.

-¿La venta de Diarte al Valencia por una cifra récord de 60 millones de pesetas y el fichaje de Jordao fueron el principio del fin de los Zaraguayos?

-Después de grandes campañas, muchos clubs empezaron a interesarse por los jugadores del Zaragoza. No solo por el Lobo, sino por otros. La mayoría tenía ofertas mejores. Nosotros sentimos la marcha de jugadores como el Lobo y se rompió ese equipo que se conocía de memoria. Ahí empezó a perderse la familia, pero yo nunca actué en contra de nadie, todos eran bienvenidos para ayudar al equipo.

-También coincidió con algún componente de los Magníficos.

-Tuve la suerte de conocer a muchos jugadores del equipo de los Magníficos, a los cuales yo respeto mucho. Esos grandes monstruos que hicieron tanto por el Zaragoza tienen todo mi respeto y admiración. Cuando yo estaba allí, todo el mundo me hablaba de ellos, de cómo jugaban. Eran muy parecidos a nosotros.

-Se fue de Zaragoza sin títulos.

-El fútbol es así. Lástima que no se mantuvo ese plantel más tiempo. Fuimos subcampeones de Copa y de Liga, pero luego el equipo no se mantuvo. Tenía que irse renovando por causas económicas.

-Lo tuvieron cerca en la final de Copa de 1976 ante el Atlético, un mal partido del Zaragoza y una peor actuación arbitral.

-En primer lugar, ese partido contra el Atlético lo jugamos en Madrid y eso influyó. Era como si ellos fuesen locales. Nosotros queríamos repetir lo que habían hecho los Magníficos, pero no pudo ser por las cosas del fútbol.

-Incluso sin títulos, el maravilloso fútbol de salón de ese equipo quedó grabado para una generación de zaragocistas.

-Nosotros entrábamos en la cancha a divertirnos. No nos preocupábamos de lo que hacía el adversario, solo de lo que nosotros podíamos hacer. Éramos un equipo que nada más entrar en la cancha ya buscábamos el arco rival, no especulábamos. Lo hacíamos como locales y también como visitantes, donde también logramos grandes resultados. Lo que nosotros queríamos era jugar a fútbol y dar espectáculo. ¿Para qué paga la gente la entrada? Primero para ver a ganar a su equipo, pero también para ver un espectáculo de buen fútbol. Yo creo que la gente se acuerda de nosotros porque nos preocupábamos de dar espectáculo, por eso venían domingo tras domingo a alentarnos.

-¿Recuerda sus celebraciones corriendo hacia la grada con los brazos extendidos para abrazarse a su hinchada?

-Yo jugaba para el Zaragoza con mucho orgullo, y cuando hacía una jugada o un gol me iba corriendo hacia ellos porque lo merecían. Nunca podré olvidar el cariño y el afecto que me dio la afición todos esos años. Nunca.