Se le sale un pedal. ¿Qué más da? ¿Trata de atacar Richie Porte marcado por Alberto Contador? Poco importa. El Tour, quizás el mundo entero, sabía que Peter Sagan tenía marcada en rojo la tercera etapa de la ronda francesa, la que cruzó de punta a punta Luxemburgo, la tierra de Charly Gaul y Andy Schleck, y la que encontró una tachuela de poco más de un kilómetro, ya en Francia, cerca de la frontera, para que el campeón del mundo se luciera e iniciase su particular y genuino show.

«¿Presión? ¿Qué es la presión?». Ni la siente, ni la conoce. Con ironía, ya detrás del podio, tras lograr su primera victoria, el hombre que es espectáculo puro, admirado al margen de banderas, bromeaba con el periodista de la televisión francesa que le preguntaba si se había puesto nervioso. ¿Nervioso él? «Yo estoy en el ciclismo porque me divierto», como hace el lesionado Alejandro Valverde y por eso quizá queden muchos, muchísimos años, para que Sagan, ahora con 27 (la misma edad que tiene Nairo Quintana), siga obsequiando al planeta con sus victorias y sus exhibiciones. Ya lleva casi 100 victorias, le han formado un equipo a su alrededor (Bora), jamás ganará el Tour, qué más da, ni la Vuelta, ni el Giro, qué importa. Sagan es el segundo ciclista del mundo mejor pagado, solo superado por Chris Froome y por delante de Quintana, Contador y Valverde.

Gana, o se queda a las puertas, las principales clásicas, triunfa dos veces seguidas en el campeonato del mundo y cuando hay una llegada, da igual que sea en bajada, llana o en subida, corta y explosiva como ayer, allí aparece Sagan para que no se le resista ningún rival y hasta para mantener el equilibro y no irse al suelo cuando se le sale el pedal automático de la pierna derecha.

El miércoles pasado, por la noche, Sagan cenaba en el interior del autobús restaurante de su equipo, aparcado en una avenida del popular barrio japonés de Düsseldorf, a las puertas de su hotel. Se levantó para saludar a los miembros de su escuadra que llegaban rezagados a la ciudad alemana. Entre tanto, desde la calle, un aficionado lo reconoció, le solicitó que saliera del autobús para hacerse un selfi. Y Sagan bajó, y con la sonrisa en el rostro, se dejó fotografiar por el admirador al que no conocía absolutamente de nada.

ESTILO SAGAN

En el ciclismo más moderno Sagan aparece en anuncios publicitarios, vendiendo lo que haga falta, protege a sus patrocinadores, hasta el punto, como ayer, de subir al podio del Tour con unas gafas de motocrós de la misma marca que utiliza para ir en bici. ¿Y qué provoca? Pues que los periodistas, en la habitual conferencia de prensa del vencedor del día, le pregunten y se interesen por ellas, creyendo la mayoría que se trataban de las típicas de ventisca utilizadas en el esquí.

Sagan presume del embarazo de su mujer, festeja que su hermano mayor y compañero de equipo, Juraj, se convirtiera en su mejor protector camino de una cota de la localidad de Longwy, en la región de Lorena, denominada de las Religiosas. Allí solo se apreció la religión de Sagan, el día en que todos los favoritos se situaron a la estela de Porte y Contador para no ceder un solo segundo. La jornada dejó un dato importante: Chris Froome ya es segundo de la general detrás de su gregario galés Geraint Thomas.