Era una cuestión de albañilería física y mucho de ingeniería táctica. El Real Zaragoza interpretó a la perfección el guión de un encuentro exigente pese a que el Sevilla saltó a la cancha muy rebajado en la alineación por su obsesión en la Copa. Lo hizo todo bien y salió de la zona de descenso. Su homogeneidad defensiva, con Jarosik y Contini intachables, le sostuvo aunque Carrizo se empeñara en poner las cosas complicadas con un error garrafal en el empate, y el resto lo hizo sobre todo Suazo, un futbolista magnífico, altruista y de movimientos siempre inteligentes en el pase y el desmarque: también en la combinación sencilla. El Zaragoza, arropado y fuerte, aguantó la impresionante inversión física y erosionó a su enemigo. Marcó Contini en un lío en el área, igualó Kanouté en un vuelo insustancial de Carrizo y Negredo estableció el 2-1 con un tanto en propia meta que cerró la primera vuelta. La segunda mitad había que aguantarla. No fue difícil porque casi nada cambió en el nuevo Zaragoza. Continuó con su enorme armadura, bien puesto, rearmado por los cambios de Gay, y defendió su ventaja con colmillo largo y mucha cabeza. El Sevilla, ya con Navas y Perotti en el campo, ni inquietó a Carrizo, y el Zaragoza, a la contra y siempre desde la naturalidad de sus formas iniciales, pudo aumentar su ventaja, pero Palop anduvo con mano y pies muy seguros. Los andaluces no solo vieron minado su fútbol, sino también su sistema nervioso ante un Real Zaragoza tenso pero templado, agresivo y contundente. Jiménez sumó dos expulsados y el equipo de Gay la segunda victoria consecutiva que le saca del infierno y muestra a un grupo más sólido, más competitivo, más fiable para dejar de observar la permanencia como un milagro.