Te reías sin control:

pasajera que olvidaste el daño

cuando la risa colgaba del precipicio de tu garganta.

Un gilipollas con rencor se estira del pelo

porque se da cuenta

que a tus labios

les sienta

de puta madre

el escalofrío que los recorre cuando te acarician la espalda.

Y no,

él no supo descifrar el rompecabezas de cuidarte las vértebras.

No era el príncipe azul de los cuentos,

era el que te volvía grises los días,

el que se soñaba con sangre de oro y lo más parecido que tuvo al oro fue

tu corazón.

Y no supo apreciar tus ojos de planetario,

en los que caben más de un planeta,

más de una historia,

más de un beso,

más de un poema.

Tus venas de persona frágil

y sus palabras de cuchillo no eran muy buena combinación.

Tu pelo enredado en la cama,

al despertar,

al dormir,

al soñar...

Y es que en tu pelo

están todos los sueños que tienes pendientes de mudarse a la realidad.

Tú,

mereces a alguien que te haga de paraguas en días de lluvia,

aunque te mojes,

pero que esté dispuesto a mojarse contigo.

El truco está en hacerte sonreír pero sin contarle a nadie cómo se hace,

y es que un buen mago nunca quiere perder la magia de tu sonrisa.

Estás mucho más guapa sin esa venda en los ojos,

sin esas cadenas en las muñecas,

con esa libertad en tus pestañas.

Ya sabes lo que vales.

Y al fin

te valoras.