El Fleta se ha convertido en el mayor fiasco del departamento de Cultura de los gobiernos de Marcelino Iglesias. No es de recibo tantos años de paralización del que era un proyecto ilusionante y que ha acabado siendo un auténtico agujero negro que ha ido engullendo todo lo que se le ha acercado. Tampoco es de recibo que la DGA se haya agarrado a los trámites legales para no querer reconocer desde hace tiempo una realidad evidente: el ayuntamiento había catalogado el Fleta y no iba a cambiar de postura. La salida de CHA del Gobierno municipal parecía ofrecer una luz al entendimiento entre las dos instituciones, pero ni aún así. Y no es de recibo, sobre todo, que nadie asuma culpas: ni los responsables políticos del primer inviable proyecto de un macroteatro de la Ópera, ni el arquitecto que lo diseñó sin practicar las mediciones correctamente, ni el Colegio de Arquitectos que lo aprobó, ni el ayuntamiento que dio la licencia de obras, ni los nuevos responsables de la DGA que acordaron otro proyecto con la SGAE que ahora se ha revelado también irrealizable, ni quienes catalogan un edificio que ya no existe... Todo suena a broma si no fuera tan serio.

Ahora, incluso se plantea como mejor solución la reconstrucción de aquellas partes catalogadas del viejo edificio, muchas de las cuales ni siquiera están ya en el solar de Cesaraugusto. Todo para volver a construir (sí, volver a construir) un teatro que fue válido a mitad del siglo XX, pero cuya funcionalidad se antoja cuando menos cuestionable para las propuestas escénicas del siglo XXI. ¿Quién lo pagará? ¿Quién le dará contenido? Quizá merece la pena recuperarlo como monumento, pero ¿a cambio de perder un proyecto de escenario vanguardista que aseguraba una programación durante años en la ciudad? Que hagan algo, pero ya. Periodista