Si Israel Galván, como escribió el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman, es el bailaor de soledades; Manuel Liñán es el bailaor de confluencias. Los bailes de ambos no están muy próximos conceptual y estéticamente, pero sí en intención renovadora y en búsqueda de nuevas vías de expresión para el flamenco. Liñán y su Compañía (el baile de Anabel Moreno, Águeda Saavedra, Inmaculada Aranda, Adrián Santana, y Jonatan Miró; el toque de los guitarristas Víctor Márquez El Tomate y Francisco Vinuesa, y el cante de Miguel Ortega, Miguel Lavi y David Carpio) actuaron el sábado en Zaragoza con el espectáculo Nómada, un montaje que se estrenó en 2014 y que traza un recorrido por la geografía del flamenco.

Pero Nómada es algo más profundo que un viaje sonoro con el mapa en la mano: es un tránsito sin barreras por los entresijos del flamenco mismo; por sus códigos, por sus zonas de luz y sombra, por sus recovecos, por sus ritos… Manuel Liñán es el demiurgo que armoniza con libertad el universo del baile, estirando los límites canónicos y creando nuevas reglas. Bailaor de técnica impecable y exigente, en sus movimientos se citan el flamenco de raza, pero también las enseñanzas de lo clásico y lo contemporáneo. Y otro detalle: diluye las fronteras entre lo masculino y lo femenino, entre el baile de cintura para abajo, sobrio y de tronco rígido, y la danza multidireccional, de torso balanceante y caderas sueltas. Una apuesta que remata con acierto y sin folclorismos bailando con bata de cola los caracoles que cierran el espectáculo.

Más: coreógrafo brillante, Liñán no organiza su propuesta a la antigua usanza, no. De entrada, cante y guitarras no están al servicio del baile sino que juntos forman un todo; es más: diríase que en ocasiones es el bailaor quien trabaja para la música. Rompe también Liñán la disposición estática y arcaica de la puesta en escena (voces y guitarras detrás, bailaores delante), armando una sugerente coreografía y una dramaturgia en las que todos son protagonistas. Hay, por lo tanto, una nueva concepción del espacio de representación y del mobiliario (las sillas); una asunción teatral del hecho flamenco.

Hay en Nómada pasajes de lujo como el mencionado cierre caracolero y los bailes por rondeña y fandangos. Pero no hay que echar en saco roto los divertidísimos y espléndidamente resueltos tanguillos-rap (que incluyen la creación de Lola Flores La guapa de Caí), las soleares, las alegrías de Córdoba, la seguirilla… Liñán, sin renunciar al arrebato de lo jondo, remueve las hechuras de un baile al que le aprietan las costuras. Confecciona así, con arte y talento, un nuevo traje a su medida. A la medida de su flamenco transformador.